Hace unas semanas decíamos por aquí que la presencia de concursantes profesionales (literalmente profesionales, aunque sigan en sus cosas) había sumado interés al rescate de ¿Quién quiere ser millonario? para las noches de Antena 3. Ahora ya tenemos un puñado de sabios oficiales, que han venido a sustituir a los rostros de la alta cultura que antes aparecían solemnes por la pantalla, convertidos en máximos nombres del respeto general.

Antena 3 ha visto ahí un gran filón y los que han pasado por el programa de los miércoles ya han sido enviados a las tardes de ¡Boom! para enfrentarse a Los Dispersos y ya si eso, un poco más allá, a Los Lobos, para crear los globbetrotters de las listas godas, los que manejan las genealogías principescas alemanas y las carreras literarias de consagrados autores albaneses ¿Qué fin tiene en el fondo toda esta operación? Adobar a conciencia Pasapalabra, pieza estratégica para que Antena 3 recorte distancias con Telecinco a costa, precisamente, de la excepción claramente cultural que tenía su competencia. La 1 cultiva su vivero, El cazador, tras 23 años de Saber y ganar.

Pero, habrá que reconocerlo cuanto antes, estos anónimos elevados con merecimientos a ilustres televisivos, se arriesgan a ser una cuadrilla de pedantes pelmazos y a exasperar un poco al gran público. En las últimas entregas de ¿Quién quiere ser millonario? se ha alcanzado al grado de fatiga el razonamiento de cada supuesto. No hace falta, por ejemplo, explicar cómo son todos los tipos de triángulos cuando sólo se pregunta por el equilátero, como pasaba este miércoles, donde, por cierto, la base general de las preguntas pertenecen a la cultural general que se adquiría en los libros de la ya lejana EGB. Una forma de poner a prueba a la audiencia que aún no cae en la tentación de irse a Movistar, Neflix y HBO caída la noche.

Hay que valorar a toda esta gente que sabe, pero no es necesario que lo demuestren a cada paso. La naturalidad y la humildad sincera es lo que distinguen a los tipos grandes de verdad.

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