No habían pasado ni cinco minutos del mazazo, no había dado tiempo a asimilar ese latigazo de Paris que dejó a la grada congelada. No habíamos asumido aún que todo había acabado: el sufrimiento por las penurias de diciembre, la ilusión desatada desde marzo, aquella locura de remontada en Sevilla, el día que fuimos campeones o ese Decano de mi alma que resonó como nunca en la vieja Onuba. Todo aquello ya era historia y, como digo, aún de camino al coche y yendo uno que yo sé con cara de llevar el fin del mundo encima, escuché: "¿Papá, el año que viene podemos ir a Mérida a ver al Recre? Porque el Mérida ha ascendido y es un campo chulo para ir…".

Era el mayor de mis pequeñajos. A sus ocho años ha vivido todo este tiempo tan terriblemente duro junto al Decano como si fuera una fiesta: es la ventaja de la inocencia. Cuando el club agonizaba, aquella fría noche de octubre disfrutó de lo lindo en la calle gritándole al impostor que se largara. Cuando aquel último partido, con manifestación anterior incluida, se lo pasó en grande enseñándole a su hermanito a cantar el ¡Comas vete ya!, lema que siguen repitiendo cuando les viene en gana. Ha idolatrado a Núñez, a Jesús Vázquez, a Lazo y a Caye. Cantó in situ como un loco aquel gol trascendental de Manu Molina en Murcia y vibró con el del otro Molina, Dani, en Algeciras. Vio al recreativismo con la cara desencajada en Granada hasta que Rubén Mesa marcó dos goles que nos volvieron a dar vida. Suspiró con aquella milagrosa parada de Marc en la ciudad deportiva rojiblanca y con el tiro del San Fernando en el noventaitantos que casi da al traste con otra heroicidad, pero celebró esa permanencia y la anterior como si hubiéramos ganado la Champions cinco veces seguidas.

Para él lo del Mirandés fue una más. No tenía tristeza o, al menos, no la expresaba, pese a que entendió de sobra que la fuente y ese posible ascenso, del que tanto habíamos hablado y con el que tanto habíamos soñado, se esfumaron en un santiamén. Pero eso era lo de menos; él sabía que el hecho de que el Decano siguiera latiendo no había estado nada claro hacía poco. Por eso, pese a la última desgracia, pensaba ya en Mérida, en el futuro. Pues el futuro comienza este sábado. E irá a Mérida y allá donde pueda, desde luego, porque al Abuelo no se le deja solo nunca. Eso lo tiene clarísimo desde que nació.

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