En las cosas de Dios uno tiene que andar con pies de plomo y no darle tres cuartos al pregonero, como a veces sucede con quienes creen ser eje ceremonial de la escena, cuando en realidad el único que cuenta con todas las bendiciones para ejercer el papelón de actor, no es otro si no Aquel ante quien confesamos nuestras imperfecciones, recabamos su misericordia e imploramos su presencia en nuestras vidas.

Y suele suceder que los actores secundarios desean tener cierto protagonismo y resaltar sus cualidades en aquellas escenas que aún no siendo prioritarias forman parte del guion, lo mismo que ignorar a los espectadores que, bien por su inveterada edad o su continuada adhesión al rito, conocen de memoria el enfoque de cada plano, desde la primera toma hasta el rotulo final: podéis ir en paz. The end.

Se ignora que las peroratas se hacen eternas y la asistencia, que lleva mostrando su adhesión a la causa desde que la bañaron en agua bendita, se sabe la película de principio a fin, y ya ñoña, repite cada una de las preces de corrido, adentrándose en ellas, meditándolas y sembrándolas en su interior sin necesidad de dar más vueltas al molino.

La parte transmisora de la misa tiene como misión conducirnos hasta el misterio de la transustanciación, que es el cenit del ceremonial y todo lo demás, concretamente la homilía, palabra procedente del griego que se traduce por "comentario breve" es, precisamente eso, una fugaz referencia a los hechos acaecidos según versión de los evangelistas, los cuales dejan claro que es lo que quiso sustentar Jesús a lo largo de vivencias y prédicas,concisas.

Pero no hay quien le ponga el cascabel al gato y cada cual decide hacer la guerra por su cuenta, confundida su labor accesoria y claramente subsidiaria con el rol primordial, dado que su ingente protagonismo se ensorda ante el fiel auditorio que sigue al pie las bienaventuranzas en su versión paciente y mansa, soportando el sermón que el oferente aplica con ánimo de inquietar el espíritu y hacer que su palabra nos penetre, propiciando seguir su relato, que a veces se disipa entre vacuas admoniciones y otras alternativas dispares, ignorando la pausas del canon y desoyendo el consejo dictado por el padre y literato, Baltasar Gracián: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".

Todo lo demás son fórmulas que complementan el cenit de la Consagración y hacernos, por su infinito amor, "uno con Él", para aceptar que su carne, sangre, espíritu y divinidad se hacen presentes en la "sagrada forma" ante sus hijos.

Y lo demás son suplementos al margen, sucedáneos al margen de un guión que se ensalza en la cruz hasta la muerte y nos promete la vida eterna. Tema central de la película.

Para eso asistimos al "sacrificio y ritual" de la santa Eucaristía o si se quiere a la Cena del Señor, para comprometernos con las crónicas de su Pasión, muerte y para sernos conjunto a Él templos vivos de su Espíritu.

Llegado a este punto no creo necesario abundar sobre adaptación del cuerpo eclesial a una sociedad cambiante en sus costumbres y decididamente laicista, ni tampoco argumentar que somos todos, comenzando por nuestros pastores, quienes hemos de interpretar los "signos de los tiempos" (la mies es poca y los obreros menos) y en ello me baso para no distanciar a la grey del pastor, a que éste sepa atraer, y no a dilapidar, reflexiones tan densas y a veces imprecisas a quienes permanecen fieles al sacrificio y tenaces en la fe. Al menos, los viejos corderos merecemos no tener que ausentarnos, mentalmente, del plató, para oír e interiorizar, lo que Mateo o Lucas, dicen en un pispás.

Así que oremos para que a los intérpretes de la palabra les llene de "clamor sintético" el Espíritu Santo y no tengamos que recurrir a otras secuencias mundanas, Dios nos perdone. Se imponen los breves para seguir captando la atención de tantos idos ante la pesadez locuaz. Lo demás, reitero, con respeto, no es más que una pesada losa a la que hay que lijar.

Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice Jesús. Corto y cierro. Quien tenga oídos para oír que oiga.

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