Al contrario que en Instagram, cuyos filtros hacen maravillas y tapan más de una imperfección (y vamos a dejarlo ahí), el Decano se vio desnudo sin disimulo ante el San Roque. Un profano en la materia vio que los aurinegros tocaron más y mejor desde justo después del clamoroso fallo de Peter -¿qué le pasa a este hombre con los goles cantados?- y el inmediato tanto foráneo pero, desde el inicio, tenía la sensación de que en picardía e intensidad también ganaban la partida los visitantes; hasta Pavón intentó retrasar un saque de banda de Ávila como diciendo "aquí se juega a lo que queremos nosotros y cuando queremos nosotros". Y, durante mucho tiempo, así fue.

Sin embargo, cuando el Decano decidió ir casi a tumba abierta puso en bastantes apuros a la defensa lepera. Yo sé que no es matemática pura y que no deja de ser fútbol-ficción pero me pregunto qué hubiera pasado si los albiazules hubieran mostrado ese nivel de obcecación por marcar desde la salida del vestuario, porque cuando fueron con más corazón que cabeza se igualó algo la contienda. Y me surge una duda que es un miedo: cuánto nos podría costar, en un hipotético playoff, un primer tiempo como el del domingo.

Sé que lo normal sería lo evidente: olvidarse del primer puesto y centrarse en "aguantar la segunda plaza", pero en mi cabeza no entra que el salir a muerte en cada partido para amarrar el segundo puesto no sirviera también para luchar hasta la última gota de sangre mirando arriba. Y por una sencilla razón: estar a doce del líder en febrero, por muy perfecto que lo esté haciendo éste, no deja de ser un gran fracaso momentáneo. Hay equipos que se acostumbran a perder, otros a ganar y algunos, a conformarse. Me resisto a que el escudo del Decano, que ha salido vivo de batallas realmente imposibles, sea conformista. Que no; y menos después del doble descenso, faltaría más. El Recre vive ahora mismo sobre esa ola gigante de Nazaré que si se coge bien es una maravilla pero que, con medio despiste, uno llega a la a orilla sin dientes de los que presumir. Los últimos suspiros de Yecla o del domingo y el múltiple cambio de cromos invernal deben hacernos mucho más fiables venga lo que venga. O, si no, "se factura", que diría la ex de Piqué.

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