Análisis

JUAN ANTONIO ROMERO GÓMEZ

Periodista

Nostalgia de una madrugada cintera

Se resquebraja el alma al pensar que El Conquero amanecerá más triste sin contemplar a su Madre

Entre las muchas cosas que nos ha robado este aciago y fatídico 2020, una de las que me produce especial nostalgia y melancolía es la bajada anual de Nuestra Señora de la Cinta desde su ermita santuario hasta el corazón de la ciudad para reencontrarse con sus hijos, el pueblo de Huelva, que tanto la quiere y tanta devoción le profesa. Una cita ineludible sublimada por sus fieles hasta convertirla en uno de los días señalados en el calendario glorioso de esta mariana tierra.

La madrugada de este tercer domingo de ferragosto será muy distinta de las que todos conocemos y anhelamos cada estío. Este año legiones de devotos quedarán huérfanos de su Madre, sobrecogidos por el dolor profundo de no poder acompañarla en busca de ese consuelo y protección que tanto necesitamos en estos momentos de incertidumbre que atraviesan nuestras vidas.

El azar ha dictado que este 2020 los cinteros deban rezarte y elevar sus plegarias de una forma más especial si cabe, desde la más honda intimidad, pero con la absoluta y rotunda convicción de encontrar la fortaleza y esperanza necesarias en los brazos confortables de su mejor guardiana, la Virgen chiquita.

Se resquebraja el alma al pensar que El Conquero amanecerá más triste que nunca sin contemplar a su Madre, en una de esas madrugadas fervorosas en que Huelva se hace más Huelva para custodiar a ese fanal que a todos alumbra durante tan áurea noche de oraciones, donde lo celestial y lo terrenal casi se frisan y acarician.

Mudos quedarán esta vez los requiebros de las robustas voces de sus campanilleros con sus oraciones cantadas, y sordas sonarán las cuerdas de sus guitarras, bandurrias y laúdes, en espera de nuevas madrugadas mágicas de fervor.

Este año tampoco veremos las tiernas estampas de esos pequeños que, de la mano de sus padres, caminan a tu encuentro para seguirte y acompañarte, como hicieran secularmente sus propios progenitores del brazo de sus mayores, renovando así una transmisión enraizada en los arcanos de la devoción onubense. Quien esto suscribe da testimonio de ello porque todo lo vivió y gozó en primera persona cuando niño. Mi gente me educó en la fe cintera, un sentimiento que espero me acompañe hasta que Carón decida que llegó la hora de cruzar mi errante alma en su barca por el río Tinto y Odiel en el epílogo de mis días.

Te preguntarás por qué al cabo de tantas lunas vengo a tu encuentro. Este año es distinto para todos y por eso sentía la necesidad imperiosa de escribirte muchacha. De contarte lo mucho que me has acompañado y concedido sin tan siquiera elevarte peticiones ni rogatorias. Cuanto más lejos de Ti, más cerca tuya me he sentido a través de los míos, aquéllos que me enseñaron el significado de tu misterio.

Por todo ello, nobleza obliga Señora a mostrarte toda mi gratitud y reconocer también a quienes me lo dieron todo y me postraron por vez primera a tus plantas, ahora que aún los tengo a todos conmigo y me acompañan en esta vida; ahora que al soñarte y evocar el aroma de las flores de tu paso me viene a la mente el perfume fresco del jazmín y dama de noche característicos de tu ermita y no el de los pálidos crisantemos, preso de la melancolía que provoca la pérdida de los rostros cercanos de quienes un día nos mirarán desde nuestros cielos y encontraremos sonriéndonos desde sus celajes.

Desde mis primeros pasos me enseñaron a quererte y seguirte, sin euforias desmedidas, sin dejarme llevar por el frenesí, sino desde lo más íntimo y profundo, de modo silente. Y así será como te recuerde e imagine en esta mañana de domingo que no te encontrarás con tu pueblo ni tampoco oirás las plegarias y rezos de los míos, cuando solo se oiga el trino de los pájaros.

Todo cuanto he referido no son más que remembranzas que conforman los jirones de mi propia existencia, una vida que siempre ha estado ligada a Ti aun sin saberlo ni en ocasiones pretenderlo.

Los onubenses tenemos la oportunidad de reforzar nuestras raíces y creencias en tiempos tan difíciles como los que nos ha tocado vivir. Cuando parece que todo se derrumba a nuestro lado y las sombras de una noche lóbrega nos acechan, tenemos ocasión de aferrarnos a ese faro que desde El Conquero ilumina con su resplandor cada lubricán. Es obligado continuar con el legado de nuestros abuelos y transmitirlo a las generaciones venideras para que crezcan en el amor a la Virgen de la Cinta, una de las principales señas de identidad de mi tierra choquera.

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