Análisis

Tacho Rufino

Muchas elecciones, poca democracia

España celebra más elecciones que ningún otro país, lo cual deja en segundo plano a la gestión de la cosa públicaLas votaciones regionales son laboratorios de propaganda que dan la espalda a la gestión

España, junto a Alemania, es el país de la Unión Europea donde más elecciones hay. Uno, al pronto, diría ¡qué democráticos somos! Pero es una conclusión temeraria: la democracia no va al peso, y bien pudiera deducirse que nuestro poliedro de votaciones municipales, regionales, nacionales y europeas merma el curso eficiente y eficaz de los gobiernos, sean del ámbito territorial que sean. De forma que los comicios continuos y solapados perturban a la gestión de la cosa pública local, autonómica y estatal, porque la estrategia partidista se ve condicionada por el trajín de candidatos y el intercambio de estampitas dentro de cada formación política antes de las fechas señaladas, que requieren campañas de propaganda previas, cada día más largas. La ineficacia se alarga por detrás: cuando los votos han repartido los porcentajes de electos entre los partidos contendientes, pasa tiempo hasta que éstos se ponen de acuerdo para gobernar. Es éste un segundo limbo que deja de lado la gestión, o -menos mal- la deja en manos de los funcionarios y técnicos. La designación de cargos, como asesores o directivos de empresas públicas, se come otro buen tiempo en el que lo obligado queda en segundo plano, de forma antieconómica. Cuantas más elecciones, más zonas de sombra y dejadez dañan el quehacer público. Muchos comicios igual a menos democracia, cabe aventurar.

Se da la circunstancia de que el objeto de lo que los ciudadanos votan -sus gobernantes- se contamina con las elecciones por venir, de forma que, por ejemplo, las elecciones de Castilla-León se convierten en laboratorios de las elecciones nacionales. Y escuchamos, anonadados, a Pablo Casado hablar de gente que no sabe lo que es "levantarse a las cinco y media de la mañana para ordeñar a sus animales", o a los caballistas de Vox haciendo performances españolísimas y de lo más agropecuarias por las calles de la ciudad. Todo porque el ministro Garzón dijo sus verdades del barquero y con ello ha dado carnaza a los jefes de campaña. A Pablo Iglesias diciendo, también en la España rural castellana donde Podemos no se come un colín, que ahora sí puede decir su verdad, porque "ya no soy político". Para qué las elecciones regionales, si para lo que valen es para márquetin nacional. Y por qué no hacerlas coincidir a todas. En Andalucía, por virar a popa, Susana Díaz reemerge como posible candidata a la Junta, con un Espadas quizá descontado desde dentro. María Jesús Montero, aguerrida vicepresidenta del Gobierno, amenaza con transitar desde el Ministerio de Hacienda a la alcaldía de Sevilla, comiéndose por jerarquía y por los pies a Antonio Muñoz, un político capaz y del gusto de casi todos que puede verse fagocitado por el aparato. Por los galones. ¿Son democráticas las primarias en un ayuntamiento?

Para colmo de patologías democráticas, Tezanos. Un demoscópico a sueldo del Estado, director de CIS, militante del PSOE. Una perversión ontológica y antológica. Sus previsiones son tirantes a soviéticas, o a franquistas, da lo mismo, al caso: propagandísticas, no técnicas. Para la demoscopia (parte de la Sociología que estudia las intenciones de voto y otras intenciones de la gente), la multitud de elecciones españolas es un chollo: es difícil fallar en las previsiones. Pero Tezanos -pervirtiendo al CIS, que es de todos- cocina sus datos con clara intención de servir al poder (el vigente, el suyo y la voz de su amo, Sánchez). Tezanos falla a posta, o, mejor dicho, a la orden. Pero la mentira tiene las patitas cortas. Y ya no cosecha los votos que pretende rebañar con sus vaticinios estadísticos -que no lo son-. Tezanos. Déjenos votar en paz. Y mira que votar es cada día más, con tantas elecciones embarradas, un acto de fe, dentro de un infinito desinterés.

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