No sé si a usted, que lee esto, también le ocurre. Es una sensación compleja de explicar; una emoción desbordante ante la que cuesta reprimir las lágrimas. Es ese sentimiento que experimentamos cuando vemos a un grupo grande de personas haciendo algo, juntos y coordinados. Nosotros no formamos parte de ello ni tampoco queremos; somos espectadores y así queremos continuar.

Suelen ser acciones que, irremediablemente y por definición, tienen un final. Experiencias efímeras de las que lo único que persiste cuando se van es un recuerdo. La pasada semana, el Conservatorio de Música de Huelva celebró su concierto de Navidad, y allí estaba esa sensación. Emoción y una leve melancolía por presenciar algo tan frágil y efímero. Los clarinetes, la flauta y los oboes nos llegaban claros, exhibicionistas, volando con agilidad por la atmósfera de la sala; esa libertad provenía de la estructura que mantenían las tubas y la percusión, marcando el tiempo finito, troceándolo y matematizándolo; y rellenando el espacio con frecuencias que ablandaban nuestros oídos aquellos, preparándonos para recibir a los solistas y a la caballería ligera. El director mantenía la ejecución de sus alumnos -el trabajo de las semanas previas había que apuntalarlo- y el espectro del arquitecto que diseñó el Palacio de Congresos los protegía a todos. Sin coincidir en el tiempo este ya había trabajado en esa ejecución musical con sus conocimientos de espacio, formas y materiales puestos al servicio de los alumnos del Javier Perianes. Todo estaba en su sitio. Y allí estábamos 800 cerebros sintiendo aquello, recibiendo una lección de trabajo en equipo, complicidad y generosidad que pronto llegaría a su final. Salí del auditorio pensando que la partícula elemental que soportaba aquello es la misma que soporta un equipo deportivo, y que asistir a conciertos de orquesta puede ser una experiencia de aprendizaje para todos aquellos que gestionan equipos. Cuando un grupo de personas te hace sentir a la vez emoción, felicidad y melancolía, te está explicando de qué va esto de vivir. Colocan ante ti lo efímero, eso que buscamos los que peregrinamos a los estadios de rugby o de fútbol, y lo entiendes-sientes. ¿Tendrá algún nombre esa sensación? Miren el título.

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