Tuve el honor (qué disgusto fue en ese momento, pero a día de hoy es un honor) de formar parte del último programa que presentó la inolvidable Marisa Carrillo en Radio Sevilla, Gente en la onda. Los últimos minutos de aquel magacín amable lleno de famosos estuvieron a cargo de Pedro Preciado y un tema de Dyango, La radio. Comenzaba septiembre de 1990 y Marisa, esa voz que nos acompañó durante años, presentía que su mundo se extinguía.

La SER estaba revolucionada: los cachetes del núcleo duro de Prisa insuflaban aire con nuevos rumbos editoriales, empujando desde un Canal + que modernizaba el negocio audiovisual de la empresa de El País. La SER a partir de esa temporada adelantaba Hora 25 a las siete de la tarde y la actualidad informativa (y deportiva) se imponían sobre las parcelas de entretenimiento. Un joven García Ferreras esculpía la redacción andaluza con su impronta de inquietud incisiva, siempre con cosas que contar rápido y bien. Esa Radio Sevilla de emergencias y continuos noticiones de última hora dejaba fuera de foco a una voz santo y seña de su historia que hubiera sido valiosa por bastantes años más. Pero la órbita de Ferreras, hay que reconocerlo, lo eclipsaba todo.

Aquel pipiolo que era yo, entusiasmado con participar en los informativos o en el Hoy por hoy, eligió recalar también en Gente en la onda por convicción. Por vocación de un oyente que apreciaba a Marisa Carrillo y a Pedro Preciado, aunque los contenidos de aquel programa parecían menores. Aquel magacín que terminaba en el verano del 90 me permitió coincidir además con dos amigos con los que he llegado a compartir noticias en estas mismas páginas años después: Marina Bernal y mi tocayo Miguel Gallardo.

Tras Gente en la onda, en mi caso, recalé en la SER de mi pueblo, El Puerto, gracias al ojo de Miguel Ángel Pascual, para hacer tres horas diarias a mi aire. Tengo que agradecer mucho aquella oportunidad a Radio Sevilla. Pero la SER no fue generosa con Marisa Carrillo ni con su experiencia. Debía decirlo.

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