Sólo los espectadores veteranos podemos asociar el sonriente Naranjito con el sufrimiento ante una selección ramplona de la que se esperaba algo. Quién sabe, empujando entre todos el balón iban a conseguir ese logro de autoestima que necesitaba una joven democracia ausente aún de las corrupciones y remilgos de la abundancia posterior. Los tratos de Pablo Porta que denunciaba José María García nos darían risa.

El seleccionador del 82, José Emilio Santamaría, llevaba en torno a su triste y envarada aureola un currículum de títulos como jugador que parecían avalarlo y como entrenador hizo algún logro voluntarioso en el Español pero está a años luz en copas de su heredero en estilo y formas, Luis Enri... ¿qué?. Sólo aquella selección de la fase final del 82 es aún peor que ésta de La Cartuja. En aquella cita de hace casi 40 años se reconocía que estaba lo mejor de la Liga y que con nombres de la furia como Juanito, Quini, Gordillo, Alonso, Camacho o Santillana se podía confiar aún en una inesperada remontada que, como tememos que va a suceder ahora, nunca llegó. Fue frustante ver aquellos encuentros con el peor Arconada. En los programas de TVE, con Alfonso Azuara, no se salía del asombro mientras crecía la soberbia de Santamaría. A la altura del tratamiento de estos maleducados seleccionados hacia el público que les jaleaba en la puerta del hotel en Sevilla.

Los que tenemos sobrada experiencia en seguir a esta selección que se llama "España" y no "La Roja" sabemos de sobra que a día de hoy lo mejor para el fútbol de nuestro país, aunque nos duela, será una pronta eliminación y a su vez la dimisión de Luis Enrique, que no es digno del puesto que ocupa. Y, pese a todo, ojalá nos equivocáramos.

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