Análisis

carmen pérez

Universidad de Sevilla

Insensibles a los altos precios de la energía

La literatura académica tiene más que estudiada la relación histórica entre la demanda de energía y sus cambios de precios. La conclusión es que, en comparación con la demanda de otros bienes y servicios, es rígida, esto es, poco sensible a corto plazo: los precios pueden subir o bajar, que el consumo varía en sentido contrario, pero poco. Lo que resulta sorprendente es que, ante el espectacular incremento que han experimentado los precios de los carburantes -diésel y gasolina- y de la electricidad en los dos primeros trimestres del año, su consumo haya descendido menos de lo que debería haber hecho. Esta semana, el Banco de España ha publicado un artículo analizando este tema.

En el estudio se compara lo sucedido en el primer semestre de 2022, respecto a los niveles registrados durante el mismo período en 2019, para evitar los datos distorsionados por la pandemia en los dos últimos años. Pues bien, como los precios de la gasolina y del gasóleo crecieron un 30,9% y un 33,5%, el consumo, según la elasticidad histórica, debería haber descendido un 8%. Sin embargo, el consumo de gasóleo se redujo sólo un 6,5% y el de gasolina incluso se incrementó en un 6,7%.

En el caso de la electricidad, las dinámicas de su precio y consumo también apuntan a una menor sensibilidad precio de su demanda que la estimada históricamente. Así, mientras que el precio medio de la electricidad para empresas y hogares ha aumentado muy sensiblemente, aun teniendo en cuenta las distintas medidas desplegadas por las autoridades, el consumo de electricidad apenas se ha reducido: un 3,7% frente al 6,7% que debería haber caído.

El artículo señala posibles causas: la expectativa por parte de los agentes -hogares y empresas- de que serían subidas de precios temporales; las medidas compensatorias por el lado de las rentas para los colectivos más vulnerables; la disponibilidad de una importante bolsa de ahorro acumulada durante la pandemia; la mayor optimización del gasto en función de la tarificación horaria; o que sea consecuencia del aumento del teletrabajo.

Chocan estos resultados con lo que declaran masivamente tanto empresas como familias de estar está cambiando sus hábitos para reducir el uso de la electricidad y los carburantes. Quizá los resultados cambien si se repite el estudio a final de año, cuando se haya asumido que los altos precios de la energía van a continuar y cuando las rentas disponibles se hayan erosionado, aunque también es cierto que el sofocante verano y la proliferación de los viajes del tercer trimestre no habrán ayudado a disminuir el consumo.

La Comisión Europea ha instado a los países de la UE a que reduzcan su consumo medio de electricidad un 10% y que ese ahorro sea de al menos un 5% en horas punta. Y es que resulta fundamental para la lucha contra la inflación. Si desciende la demanda de energía, se contiene su precio, y de forma derivada la del resto de productos y servicios. Las medidas públicas que subvencionan el coste son inflacionarias, por lo que deberían ir dirigidas exclusivamente a los colectivos realmente necesitados. Para el resto, lo mejor es incentivar el ahorro energético.

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