Análisis

José Antonio Mancheño

In memóriam de José Luis y Miguel

Ya no importa Miguel, en tu humildad, tu pose, tus deslumbrantes puyas y ver al mundo desde las dioptrías de tus sueños, con eso, te has ganado el respeto

Los dos acabarían cruzándose en el camino serpenteante de aquellos años de inocente infancia. A uno lo conocí temprano. De mañana, llegando a La Palmera, José Luis subía desde la calle Vázquez López, yo desde Berdigón, y allí, en el popular cruce de Las Tres Calles, uníamos los pasos a zancadas para llegar a tiempo al viejo caserón de Los Maristas, donde el hermano Raimundo nos esperaba con marcial y vigilante actitud.

Él se marchó a Madrid para ingresar en Agrónomos, y yo a Sevilla para estudiar Derecho, lo que nunca fue obstáculo para encontramos en Navidades y Semana Santa y, llegado el verano, enarenar la piel y conquistar la orilla que el mar solía brindamos para engarzar espumas o saltar al vacío desde el muelle del Club, a imitación de un ángel.

Luego, mil peripecias, política, cultura, devociones comunes... Él escogió la senda de pájaros en flor, de los rubios trigales y del negro zaíno de los morlacos de su casta y sobre todo, despertó y sumó a una pequeña cooperativa de crédito rural, todo el acervo de su visión paciente, mesurada y discreta, para adentrarse, desde su tierra, en otras posesiones y conquistarlas sin causar daño, sin acritud.

Todo lo que soñó, cuajó en sus manos y llegó a presidir el complejo financiero de La Caja Rural del Sur, el Banco Cooperativo Hispano Alemán o formar parte del jurado de los premios Príncipe de España entre un extenso capítulo representativo.

En la memoria queda esa mañana donde José Tomás se hizo mito de dioses en la placita de Juan Esteban, o el paso acompasado de oraciones al filo de una manigueta de Esperanzas y quedan esas horas y horas donde encauzar, movilizar y urdir el futuro de Huelva.

La hora final lo atrapó, helado el corazón, en esa Córdoba en que La Judería, Medina Azahara y los rezos de la Mezquita se vistieron de luto. Cinco horas antes tomábamos café en su despacho, ausentes de aquel último adiós. "La suerte o la muerte".

A Miguel lo encontraría después de acabar en la universitaria madrileña, una de las primeras promociones de Económicas, estudioso de aspecto distraído, al frente de la Dirección de Asuntos Económicos de la Organización Sindical y éste plumilla junto a él, en del área de Obras, Promoción y Asistencia. Era el último tercio de los sesenta.

Fue un ir y venir de reuniones, inauditas anécdotas, estudios y análisis sobre potencialidades y déficit del istmo comprendido entre Sevilla, Huelva y Cádiz (carretera Doñana) con los sectores más representativos del empresariado onubense y el aditivo encuadre del llamado Polo de Desarrollo, las huelgas laborales y el último peldaño del Vertical, donde algunos aperturistas como Rodolfo Martín Villa, iban sembrando la semilla secreta del cambio.

Se me quedan las palabras ancladas cuando escribo sobre Miguel, sí, de su andar peculiar, de sus inimitables olvidos, sombrero, bastones, tabaco y dinero, daba igual. Nada era importante para él sino su personal visión de cuanto le rodeaba, sectores productivos de una provincia que entonaba el canto del cisne pesquero y minero. Fueron años donde por vez primera apareció ese libro, modelo iniciatico, de los 79 municipios de Huelva, texto de obligada lectura para conocimiento general y sobre todo, para quienes creían y aún creen que no somos merecedores de los nuevos impulsos del progreso, que es suficiente con la postergación y unas migajas de promesas.

Las Memorias realizadas por Miguel en la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, no sólo son materia de estudio para reconocer el síndrome que nos corroe, sino también para avanzar desde una posición realista y exigir cuanto se niega de forma reiterada y torticera. El nadismo que llamaba mi amigo del alma.

Con él he compartido mil aventuras y aprendido a gozar de su amistad y su saber. Erudito de ciencias tan dispares como la empresa, la Pasión y la tauromaquia. De su constante desapego de lo inicuo y su acendrado espíritu de generosidad, entrega y amores a su tierra natal, Ayamonte en su peregrinar de Angustias y de Huelva, donde llegó a rozar la cima oculta de un pronunciado éxito.

Solía decirme, "estamos en el sexto toro y no quedan sobreros". Y un toro que iba buscando sangre lo enganchó en sus pitones y en silencio se lo llevó una tarde al filo, casi, de aquella primavera en donde el palio bambalino, la concepción empresarial y el capote de seda eran la trilogía de su gloria terrena.

Ya no importa Miguel, en tu humildad, tu pose, tus deslumbrantes puyas y ver al mundo desde las dioptrías de tus sueños, con eso, te has ganado el respeto, la admiración, de cuantos te han conocido y esa huella imperecedera que nunca olvidaremos: Hoy, todos hemos brindado por ti, hermano.

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