Análisis

Juanma G. Anes

Imaginaos su sonrisa... y rabiad

Son muchos los que están dispuestos a dejarse, de nuevo, hasta la última gota de sudor

Comprendo al que está a punto de tirar la toalla. Entiendo a ese empleado del Decano a quien el mayor parásito del reino le dejó una roncha imposible de soportar. Entiendo al entrenador y al jugador acribillado, a quienes no les sale casi nada y que, cuando por fin dan con la tecla, un tercero les pone otra zancadilla rastrera. Entiendo la angustia del aficionado que se dejó el alma durante toda la pasada temporada, y en la campaña de salvación, y que hoy sigue llevándose decepciones sin cesar. Entiendo la desesperación de los que reciben palos pese a estar gastando, de forma altruista, todo su tiempo en intentar sacar al club del coma. Y entiendo a los que informan y opinan repletos de desesperanza, faltaría más.

Lo normal a estas alturas sería agachar la cabeza para siempre. De hecho, si alguien lo hiciera poco se le podría reprochar. Pero permítanme darle un consejo a quienes hayan bajado ya su testa o a quienes estén a punto de hacerlo sin intención de levantarla nunca más: piensen en los responsables de este dolor de cabeza, en quienes han hecho todo lo posible por destrozar un símbolo de esta ciudad. Piensen en esos que tras cada derrota, tras cada problema que surge y tras cada revés que sufre el Recre, sacan pecho, orgullosos ellos de haber provocado este desastre. Piensen en los gemidos de alegría que, al vernos hundidos, estará soltando el expropiado. Piensen en la maldad de su último cómplice traicionero… e incluso en aquellos que esperan la muerte definitiva del Decano para apropiarse de nuestro único tesoro. Imaginaos las ridículas sonrisas que se les dibujan en la cara a esos malintencionados fracasados con nuestros llantos y, como diría José Félix Machuca, rabiad, rabiad con fuerza, aunque haya que recurrir al orgullo, que es lo único que nos queda. Pero no podemos permitir que esa tropa se salga con la suya.

Son muchos los que están dispuestos a dejarse, de nuevo, hasta la última gota de sudor con tal de cambiar el lógico final de este cuento. ¿Otra vez al rescate? Pues si hace falta sí, otra vez. Que todos tenemos muy claro quiénes son los malos de esta película. Y en las películas, recuerden, siempre terminan ganando los buenos.

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