No hay cadena ni magacín de actualidad, que han aflorado como setas de la viralidad y la conexión por videollamada, que en estos días no haya descubierto que pueden agobiar al espectador (muchos de ellos encadenados a la precariedad) con los llamados "gastos hormiga", que son gangrenosos por invisibilidad en el bolsillo.

Esos gastos hormiga, que horadan como carcoma de la perdición al bolsillo de cada uno, son el típico café o cafés de cada día, la cervecita o 'mucho' cervecitas, la caja de chicles, el cupón o el rasca, y hasta la propina que se deja al camarero. Los observadores del Big Data, cotejando desde los ordenadores, han visto ahí los goteos de la clase media y baja que dejan un imperdonable reguero derrochador, con lo bien que estaría la gente a pan y agua ahorrando hasta el último céntimo. Del informe del banco se pasa a la interesada y sensacionalista nota de prensa para que se arroje la doctrina paternalista que nos echa en cara qué hacemos con nuestra vida: no somos capaces de ahorrar porque nos dedicamos a tomar cafés en la máquina de la oficina.

Los programas de actualidad, por muy sesudos y marisabidillos que sean sus conrtertulios, que igual saben de sedición, de Eurovisión y hasta de economía familiar, se exceden en ocasiones con unos asuntos que están bien alejados de las preocupaciones y de las realidades. Mientras los sueldos se estancan los gastos diarios suben y precisamente no son los malditos gastos hormiga los que están haciendo perder posición a las clases medias, donde estamos casi todos. El problema no está en el café ni en el cupón, que si se controlan son a fin de cuentas ratitos, vías de escape, ilusiones para el que cree en el improbable azar como quien cree en los signos del zodíaco.

Los políticos y los directivos de las grandes corporaciones están cada vez más lejos de la gente pero lo más arriesgado y peligroso es que los medios a veces caigan en la tentación de no entender a su público, que tiene derecho a tomarse un café o una cerveza sin remordimientos.

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