Análisis

J. J. Díaz Trillo

Profesor de Literatura y escritor

De un Gibraleón despierto

De un Gibraleón despierto

De un Gibraleón despierto

En los penúltimos días de enero se ha celebrado con éxito en Gibraleón la I Feria Transfronteriza de Arte. Hace una década nacía en esta localidad de importante tradición pictórica el Centro Olontense de Arte Contemporáneo (Codac). Un espacio amplio, singular y confortable para acoger las más recientes propuestas artísticas. La generosa incorporación hace poco del legado del reconocido creador Pablo Sycet ha hecho crecer la calidad de un fondo que merece una detenida visita y que coloca al Centro en la ruta de las mejores propuestas museísticas del Sur. Alma también de la Feria, junto a otras entidades como el Ayuntamiento, la Diputación o ese Ocib (Jaime y Loli, incansables) que se expande como una ola de entusiasmo y compromiso con el arte iberoamericano, Sycet nos ha hecho ver que el peso –tan excesivo a veces– de las tradiciones se conjuga a la perfección con propuestas llenas de frescura, talento y audacia como las que nos ha ofrecido esta primera cita. Y dado que la respuesta del público ha sido excepcional, le auguro una larga y necesaria vida como referente del arte más actual y como un nuevo incentivo de una provincia que vive, entre fronteras, y en la frontera de tantas oportunidades.

Me cupo el honor de acompañar a Juan Cobos Wilkins y su excelente obra poética en una sala llena y con una atención del público sobrecogedora. También el de recibir un regalo –gracias Lourdes, alcaldesa– que nada más abrirlo despierta los sentidos, la memoria y la inteligencia. Se trata de las Nuevas Crónicas que, tres décadas después, vuelve a ofrecernos Juan Angona sobre su Gibraleón dormido. Esta vez con las formidables fotos de Luis Jurado, el original prólogo de Francisco Rivas de la primeras y una introducción de Pablo Sycet, cuya mano se advierte en el diseño e impresión de la obra. El blanco y negro de Jurado, en sus composiciones de detalles “a sangre de la página”, o en panorámicas del río, el campo u otros lugares panturranos, calzan perfectamente a las páginas con una tipografía y espacios que dan ganas de no pasarlos. Como dan ganas de volver a empezar de nuevo este libro, lleno de encanto en sus historias; y de precisión y evocación en su escritura. Inmediatamente me han dado ganas de leer sus anteriores Crónicas, hoy difíciles de encontrar, y seguir escuchando esa exquisita y serena conversación de Juan con el tiempo de su pueblo.

Puede ser, como ocurre en esta ocasión, con el ya pretérito y lejano: como en “El alminar escondido”, “Estado de sitio”, “La olla de oro”, “La pasada del Zuar” o “El cacique egoísta”; o con ese otro tiempo que se sale de sí mismo para ser evocación de “un mundo ordenado y completo” (págs. 23 a 25, “Los tiempos de Aurora”) que, tras una extensa relación de posesivos, y poseídos, lugares, personajes, objetos, sensaciones, se vuelve poesía para concluir que “la memoria es lo que somos”. De memoria sensible están hechas fundamentalmente estas crónicas, aunque en otros casos, como el de “El buzón”, “El resto” o “Ramírez en el río”, tan breves relatos contengan para el lector el porvenir de una extensa novela. Pero la concisión de Angona la deja en un sólo esbozo o trazo, como si su Odiel fuera el Júcar del Zóbel más esencial.Como les decía, es éste un libro que despierta bien los sentidos. A través de sus textos y fotos no sólo se leen o miran paisajes e historias, sino que esa memoria demorada e inteligente es capaz de despertarnos olores y sabores, incluso el tacto de un tiempo que sólo es capaz de inspirar el Arte. Así ha ocurrido también en esta Primera Feria que ha querido abrazarse con el vecino Portugal (tan cerca, pero tan lejos a veces) y recuperar para este Gibraleón despierto el abolengo y liberalidad de haber tenido Feria –como señala el autor en el primer capítulo– desde los tiempos y el fuero de Alfonso Undécimo. Como para no ser un pueblo espabilado.

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