Análisis

Tacho Rufino

El Eurogrupo: fuera caretas

El Eurogrupo pasa por ser una reunión mensual "informal", pero en estos momentos es bastante más que esoEn la derrota de Calviño subyace la división Norte-Sur en el seno de la UE

El Eurogrupo es un órgano oficialmente "informal" que, sin embargo, está inserto en la Comisión Europea. El grupo encargado de velar por la salud del euro -la verdadera causa común europea, a la postre- aglutina a todos los ministros económicos de la Unión Europea que a su vez pertenecen a la Eurozona. Su presidencia no implica voto de mayor peso ni ningún otro privilegio, más allá de la nada desdeñable palanca que la presidencia de cualquier organización suele otorgar: temas a tratar en las reuniones mensuales, coordinación de las mismas, gestión de contactos o networking de mayor calidad que el de los miembros de a pie, mayor visibilidad del país del presidente. O de la presidenta, la que pudo haber sido, y parecía estar bien atado: Nadia Calviño, la ministra española postulante al cargo renovado esta semana, contaba con apoyos tan decisivos en la moneda común como Alemania y Francia, y otros ocho más, lo cual le otorgaría la mayoría, aunque fuera por un voto. Pero alguien le ha hecho la jugada, y ha perdido ante el irlandés Donohue, apoyado por los países pequeños, y también con los menos interesados en un Fondo de Reconstrucción por los estragos diversos y dispares que el coronavirus ha infligido a Europa. El de presidente del Eurogrupo es una posición organizativa típica del llamado déficit democrático de la UE, o sea, su blindaje fáctico a la opinión de los ciudadanos -la alternativa democratizante paralizaría a la Unión muy probablemente-, déficit que se vio maquillado por la instauración del Parlamento Europeo que, dicho sea de paso, es el paraíso laboral de un político (y no digamos de cualquier persona), un foro bastante invisible para el europeo de a pie de cualquier país miembro. "Yo, de mayor, me pido eurodiputado, porfi", reclaman sottovoce en las secretarías generales de los partidos los más leales, señalados… o defenestrados por el propio aparato.

Para el gran público, el presidente del Eurogrupo es como un linier en fútbol: casi nadie sabría decir su nombre. Sucede que en la situación sobrevenida por el Covid, la economía, y en particular la crediticia y financiera, se erigirá en un centro clave e indiscutible de todas las negociaciones sobre qué pasa con los límites de deudas y déficits públicos, con cuánto dinero se prestará a los países castigados -España al frente- y qué cantidad se dará a fondo perdido, por no hablar de qué condiciones sobre la gestión presupuestaria se impondrán a los países receptores de esos fondos de urgencia. Que en el Eurogrupo se dirimirán o al menos consensuarán algunas de estas cuestiones, no debe escapársele a nadie. Es precisamente la condicionalidad, palabra surgida en la crisis anterior para describir las imposiciones que los que manejan el grifo financiero imponen a los países necesitados de fondos desesperadamente.

La condicionalidad exterior implica ceder soberanía -una vez entregada hace ya dos décadas la gestión de la propia moneda, que ya no es propia sino común y vive en Fráncfort-, en concreto sobre materias como gasto público (véanse recortes), devaluación salarial privada y pública, aumento de impuestos, reducción de coberturas sociales (y decimos recortes, devaluación, aumento o reducción sin temor a equivocarnos en el signo de las medidas que se quieren exigir a los países más castigados). Recordemos que en la anterior crisis tenía algún sentido culpabilizar a los países manirrrotos y con tufo de corruptos, aunque fue muy injusto ampliar esa consideración a sus ciudadanos, a la postre sufridores, endeudados eternos y pagadores. Ahora de nuevo, la derecha liberal holandesa, con los suecos de palmeros, vuelve a insinuar esos insultos (también hay palmeros españoles, vates de la ortodoxia y del complejo, no crean). Por cierto, Donohue no se aleja mucho de esa línea.

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