Distintivo que llevan en el pecho los árbitros andaluces menores de edad.

Distintivo que llevan en el pecho los árbitros andaluces menores de edad.

Esteban es un joven de 16 años con grandes ilusiones y proyectos para su futuro, como la mayoría de los chicos de su edad. Va bien en los estudios y sus aspiraciones se centran en alcanzar la universidad, aunque aún no sabe qué quiere estudiar. Entre sus aficiones destaca una en especial, el fútbol. A su padre le hubiese gustado que fuese futbolista y de hecho Esteban hizo sus pinitos en el equipo de su barrio como portero pero no duró mucho. Él se fijaba siempre en el árbitro y ése fue el origen de su cambio de orientación.

Hoy debuta Esteban como juez de línea en un partido. No es un partido de alta categoría, ni siquiera parece difícil ya que un equipo va el primer clasificado y el otro el último, pero a Esteban le parece su debut uno de los momentos más emocionantes de su vida. Empieza el partido y a los pocos minutos Esteban levanta por primera vez el banderín señalando fuera de juego. Lo hace con energía, aparente seguridad, aunque por dentro está temblando de miedo. Las primeras veces nunca son fáciles. Nadie protesta. Buena señal. Sigue el partido y se oyen algunos improperios en la grada hacia el árbitro. Ya estaba avisado de esto, se dice a sí mismo, no debo prestar atención. Marca el equipo visitante y la grada se encrespa. Esteban vuelve a levantar el banderín, esta vez para indicar una falta de un defensa y el público empieza a insultarle. Apenas unos centímetros separan la línea de banda por donde corre Esteban de los airados espectadores que asisten al partido y que no paran de dedicarle palabras grotescas e hirientes.

Esteban sabe que son casi “gajes del oficio”, se lo han explicado en el Colegio de Árbitros durante su formación, pero los insultos continúan. Luce en el pecho un distintivo de Árbitro -18, que pone de relieve que es menor de edad y que en teoría debería garantizar su seguridad alentando a los espectadores a respetarle, pero no parece ser así. Vuelve a levantar la bandera y aunque esta vez es a favor del equipo local se incrementan los gritos contra él… ya en cada acción. Apenas unos minutos después, sale corriendo por la banda en persecución de una jugada peligrosa y siente un obstáculo que se interpone en su carrera. No le da tiempo a mirar hacia abajo antes de caer al suelo de bruces. La grada estalla en una sonora y prolongada carcajada. Desde el suelo, Esteban puede comprobar cómo ha sido el padre de un jugador quien le ha propinado una zancadilla que le ha hecho caer.

El partido se para. La grada se burla con crueldad del joven linier en el día de su debut. Esteban desde el suelo ve cómo se acercan sólo a ayudarle el árbitro y el delegado del equipo rival. Llorando se levanta e intenta caminar, pero le duele el tobillo. El individuo de la zancadilla lo observa todavía riendo mientras todos le gritan entre carcajadas que se ha tirado. Esteban abandona el partido y se va a la caseta. El árbitro trata de consolarle, pero es imposible. Esteban se despoja entre lágrimas de su ropa de árbitro y se marcha a su casa en la misma bici en la que llegó al campo.

Una semana después de estos hechos, aquel padre que puso la zancadilla a Esteban vuelve al mismo escenario. Nadie le recriminó entonces su acción y nadie le prohíbe hoy la entrada. Su víctima vuelve a ser Esteban, otro Esteban. Corre la banda y sufre la misma zancadilla. Es una imagen que se repite una y otra vez en la mente del ya ex árbitro. Esta vez la zancadilla es fruto de una mala pesadilla de Esteban, pero la humillación y escarnio que algunos padres infieren a los árbitros, en muchos casos menores de edad, es lamentablemente muy real.

Esteban no es el primero ni será el último chico que deja el arbitraje el mismo día de su debut. Otros jóvenes recibirán zancadillas similares en su aprendizaje y, como a Esteban, le cortarán su ilusión por ser árbitro de fútbol. ¿Hasta cuándo?

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