Los árboles de hoja caduca que rodean El Central se divisan desde los senderos serpenteantes del parque del Oeste que bajan abarrotados de gente. Caminamos hacia la Ciudad Universitaria en la que España se juega la vida de su rugby en 80 minutos. Un café en la Galaxia para después salir a la atmósfera de Madrid y entender que hoy va a calentar el sol.

España se la juega ante Rumanía, y el rugby de Madrid, de Huelva, de Valladolid… del país, está allí. Llenazo. Escudos de los clubes lucen en la grada en polos, camisetas y chaquetones (estos últimos van a sobrar) -Hortaleza, Tartessos, Liceo, Arquitectura-. Malasaña se ha aliado con el calor para que los primeros 40 minutos sean épicos en el lado norte del estadio. Pero hay que aguantar, España juega, y juega muy bien. Velocidad, seguridad en los pases, pocos errores y definición por fuera. Dos ensayos para empezar. La odisea de los de Santos llega pasado el ecuador de la primera mitad. Defendemos durante seis o siete minutos a 5 metros del ingoal con los rumanos tirando de ariete. La melé aguanta, los postes aguantan, y cuando los de amarillo deciden abrir un poco el juego para probar fortuna se encuentran con una presión defensiva simplemente espectacular que lleva el balón a la línea de 22 y a las manos de los Leones.

Esa presión es clave. Rumanía no encuentra la puerta y sus errores son provocados.

El Central es una fiesta. España es rápida con el balón, y agresiva y ordenada sin él. Tácticamente muy aseada. A todo esto se le une la magia que llega desde la grada. El cemento del Central sabe de rugby. "Ese balón injugable nos favorece, hay que aguantar este ataque"; "la melé rumana no esperaba sufrir tanto"; "Abuelo, ¿cómo se llama el número 5 de los nuestros?" conversaciones con tres generaciones diferentes en los impases, y magia en las explosiones de aliento. La afición del rugby español sabe que es bueno que este deporte crezca, y allí está. España tiene un pie en el Mundial de Japón, y por fin El Central se nos quedó pequeño.

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