La tercera jornada del torneo de las Seis Naciones nos trajo un regalo inesperado. Escocia recuperó después de 10 años la Copa Calcuta. En Edimburgo se presentó Inglaterra dispuesta a pasar un trámite, y eso mismo fue lo que la llevó a la debacle. Eso y la mezcla de juego de tiralíneas y velocidad de los Escoceses.

Todo el mundo habla de Russell, el apertura caledonio que desbarató la presión asfixiante marca de la casa del XV de la Rosa. La segunda línea inglesa habló de él en las entrevistas previas del partido. Era la diana de Itoje, pero no por su peligrosidad, sino por lo que tradujo el cuerpo técnico como una debilidad de la selección escocesa. Russell estaba cuestionado por sus errores en los partidos previos. La toma de decisiones y la precisión (primeras víctimas cuando el enemigo plantea la defensa muy arriba) le habían fallado. Que eso falle en la bisagra de un equipo hay que aprovecharlo. Pero Russell se escapó entre los potentes dedos de los ingleses. Hizo que el juego de Escocia se volviese líquido, y lanzó a How Jones, un centro con una capacidad tremenda para mantenerse de pie cuando debe.

Russell supo leer el partido, supo tomar las decisiones adecuadas y supo ejecutarlas. En esto último está la fuerza de esta Inglaterra tan potente. Te ponen difícil la decisión, y la ejecución correcta debe rozar la perfección. Para mi gusto Eddie Jones ha contraído su inicio expansivo a la cabeza de su selección. Escocia supo reinventarse, poco suelo y verticalidad.

Y lo más importante, la Copa Calcuta volvió 10 años después a Edimburgo. En ese trofeo se destila todo lo totémico que conlleva el partido internacional más antiguo, una rivalidad histórica, cultural e incluso política. Gran Bretaña usa este trofeo como caja de Pandora. En él se guardan muchas cosas de una historia común llena de claroscuros que todos respetan y quieren tener en casa. Una vez al año se lo disputan jugando al rugby, para después continuar con sus vidas. Esta semana se debe notar por las calles de Londres quién es escocés.