Hace poco la leí en un diario deportivo, aunque la afirmación se ha convertido ya en todo un mantra de lo políticamente correcto y se lee y se oye en cualquier formato y a todas horas: "Si llevas la bufanda encima es mejor no ser periodista". Faltó que, al terminar, sonara de fondo ¡chim-pum! No, mire usted: lo que no es bueno para ser periodista, pero tampoco para ser buzo, abogado o pintor, es ser un fanático y un sectario, pero a ver qué tiene de mal mostrar que eres de un equipo y decirlo a mucha honra.

Eso de que un periodista (periodista de verdad, y no me refiero sólo al que posee dicho título universitario, sino a quien ejerce el periodismo como el propio periodismo y el público se merecen) quede invalidado porque pierda pie por un escudo… pues no y cien veces no. Una cosa es llevar la bufanda con orgullo, tenga los colores que tenga, y otra bien distinta convertirse en un bufón o correveidile incapaz de ver más allá de las propias pestañas para reconocer el mundo real. Y es que eso último no es periodismo, por mucho que se vista de tal o se camufle así en las redes sociales. Eso es otra cosa. Será entretenimiento, espectáculo o simple unión de charlotadas, algo respetable, por cierto, pero eso periodismo, lo que de toda la vida de Dios se ha llamado periodismo, no es.

Desde que empecé en este mundillo (hace 22 años ya), jamás me molestó que un compañero de pupitre con distintos colores a los míos cerrara el puño o celebrara un gol importante y decisivo de su equipo levantándose del asiento o gritando gol con alegría, ganas e ilusión, ni que defendiera en una columna tal o cual idea, ni que ofreciera una información (contrastada y coherente) irrebatible, fuera del color que fuera. Con la malísima racha de resultados que acumula el Decano de Monteagudo, si uno echa un vistazo a Twitter y demás, el que defiende que el albaceteño merece seguir suele ser atacado por algunos por "pelota" y si opina lo contrario es que "quiere colocar ahí" a no sé quién. Por favor, sean críticos, miren trayectorias de unos y otros, valoren lo escrito/escuchado ahora y en el pasado y saquen sus propias conclusiones. Y un consejo, si me permiten: desconfíen mucho más del que se autoproclama rey de la imparcialidad y de la objetividad que de aquel que luce su bufanda sin rubor. Yo, desde luego, la mía no me la quitaré jamás.

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