Análisis

M. CARMEN CÓRDOBA

Crisis

Las hermandades no pueden quedarse atrapadas y negarse al progreso

Ahora sí, ha empezado la Cuaresma, el pasado Miércoles, con una señal en la frente con ceniza, y después que el Concilio Vaticano II cambiara el texto "polvo eres y en polvo te has de convertir", por las palabras "Conviértete y cree en el Evangelio", se entra en un período del calendario litúrgico más positivo, recorriendo el camino de la Pasión y Muerte de Jesús para llegar a la Pascua de la Resurrección, al triunfo de la vida sobre la muerte.

Sin dar la importancia que merece cada minuto, cada segundo, vamos pasando cada etapa de forma acelerada; somos como ruedas que dan vueltas y vueltas, con agobios, prisas, estrés, como las manecillas de un reloj que no pueden parar, que van más rápido que nuestras vidas. Y estos días, llaman al sosiego, a la calma, a la conversión. Pero, no debe ser un período triste, sino de meditación, para llegar a la gran fiesta de Pascua, es una llamada al cambio, de buscar lo mejor de nosotros mismos, de recordar los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, haciendo oración y meditando.

Sin embargo, estamos en una sociedad vertiginosa, donde todo cambia rápidamente, lo que hace unos años tenía valor, ahora ha desaparecido; donde es difícil parar y reflexionar. Nunca una sociedad ha estado tan perdida, con una crisis generalizada, no sólo económica, sino también de valores, que ha afectado a nuestras hermandades, y que es ya una realidad, aunque muchos no la queramos admitir.

Cuantos acontecimientos tristes han marcado la historia de nuestras cofradías a lo largo de su historia, guerras, incendios, robos, que han ido dejando huella, pero, a la vez, casi todas ellas se han ido sobreponiendo a las dificultades y barreras. No obstante, ahora en el siglo XXI, acecha uno de los males más graves, que va más allá de lo económico, es una crisis cultural, de identidad, de dudas, con sentimientos de vacío, de caída al abismo. Sí, es una crisis de personas, de mirarnos a sí mismos, en esta sociedad consumista y materialista, en un mundo deshumanizado, donde las redes sociales prevalecen, siendo, a veces, peligrosas, llegando a la provocación, al descrédito del hermano e incluso al insulto.

Es una situación grave, crítica y complicada, que pone en peligro la vida de la hermandad, de cambios profundos e incertidumbre, con consecuencias trascendentales, con ambientes enrarecidos, donde los mismos hermanos se preguntan el porqué de estas situaciones no deseadas. La respuesta puede estar en que la llamada crisis está entre los propios hermanos, que no sabemos que significa hermandad, que nos quedarnos con lo externo, en pensar que todo comienza un Domingo de Ramos y no llega siquiera a la Pascua de Resurrección, que es el fundamento cristiano.

Sin duda, las hermandades no pueden quedarse estancadas, atrapadas y negarse al progreso, a la evolución de los tiempos; pero, sí saber que deben trabajar duro y que tienen unos fines establecidos como manifestaciones públicas de fe: dar culto a sus Titulares, fomentar la vida cristiana y la caridad. Pero, se ha perdido su esencia, su sentido, ahora prima el autoritarismo, el protagonismo absurdo, el estar por encima del hermano, el egoísmo. Y, siendo aún necesaria la formación de las juntas de gobierno, es primordial sobre todo el diálogo, el compromiso, el trabajar de forma altruista y desinteresada, sin buscar propios intereses, y sobre todo tener humildad, saber bajar la cabeza cuando sea necesario. Y hoy por hoy, las hermandades tienen una gran misión, preservar la fe y el amor, y luchar por unos valores imprescindibles para hacer una sociedad más justa y verdadera.

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