Análisis

Roberto pareja

El Congreso alimenta esta grotesca liturgia

En las gradas de los estadios de fútbol ocurre algo similar: se ve a gente sumamente educada, personas de ésas que se dicen que no matan ni a una mosca, metamorfoseadas en una criatura que despotrica con saña contra el equipo contrario o contra el arbitro como si fueran el peor de los males. Y eso es lo que se puede ver en cada desfile de la Fiesta Nacional cuando el presidente del Gobierno de turno es socialista: que la grada, tanto los ultras como los simples aficionados, se emplean a fondo con inusitada violencia verbal contra el equipo contrario con la salvedad de que al de negro, al árbitro, al Jefe del Estado, lo vitorean, aunque de manera mucho menos estruendosa.

Tal día como ayer, el 12 de octubre, de 2005, José Luis Rodríguez Zapatero se convertía en el primer presidente del Gobierno en ser recibido y despedido con sonoros improperios en el desfile de la Fiesta Nacional. Era la segunda parada militar a la que asistía en calidad de jefe del Ejecutivo y en la retina estaba su maleducado gesto al paso de la bandera de EEUU, cuando el líder socialista no se levantó a su paso en el desfile de la Hispanidad de 2003, en protesta, según alegó el entonces jefe de la oposición, por la participación de España en la guerra de Iraq.

Desde entonces, la presencia de un presidente del Gobierno socialista en el desfile es sinónimo de bronca, que se intenta disimular con marchas militares a toda pastilla por la megafonía y con una distancia cada vez mayor entre el público y el palco de autoridades, pero ni por ésas se puede impedir un bochornoso espectáculo que ensombrece lo que debería ser una jornada de reconocimiento a los tres Ejércitos, más en un año como éste en el que las Fuerzas Armadas han sido fundamentales en la lucha contra la pandemia, en catástrofes naturales como Filomena, en la erupción del volcán de La Palma o en la evacuación de ciudadanos afganos.

La sociedad está cada vez más polarizada y la mala educación siempre se hace más de notar que la buena, por lo que no es de extrañar que muchos elevemos el dedo acusador contra esas señorías que hacen con demasiada frecuencia de los debates del Congreso espectáculos tabernarios, que tienen su triste reflejo en actos como el de ayer, esa grotesca liturgia amparada en una libertad de expresión que algunos toman como coartada para meter un autogol en la portería de la buena educación amparados en el cobarde anonimato.

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