Cada vez que viajo a Inglaterra y me enfrento a conducir por la izquierda en esas carreteras y calles tan estrechas, tengo que escuchar la misma broma de mi amigo Robin. "Vamos, tío. Es por todos sabido que cuanta más velocidad lleves más estrecho se vuelve tu coche. Es cuestión de acelerar". Conducir por Inglaterra es un reto -por no decir otra cosa-, y lo peor es que te pierdes el paisaje.

Bosques enormes; praderas de un verde desconocido; casas de piedra; y las casas club de rugby y fútbol. Este último espécimen es autóctono del país, y analizar por qué no ha llegado en masa a nuestro país puede que nos sirva para comprender ciertas cosas.

Una casa club es un edificio, de mayor o menor tamaño, a orillas del campo de fútbol o de rugby. Es el centro neurálgico del club local. Suele constar de un almacén de material, los vestuarios suelen estar en el mismo edificio pero con entrada propia, y, por supuesto, un pub donde beber la mejor cerveza de la zona y donde incluso se puede comer. Barbacoa aledaña, zona de juego para los más pequeños de la familia, un porche techado para resguardarse y ver los partidos los numerosos días de lluvia. Es el club hecho materia.

En España, en los clubes de fútbol y de rugby, los aficionados van a la grada, o a la banda. Ven el partido y para casa. Sólo se vive el club viendo el deporte que practica (el rito más importante, por supuesto). No se vive el club en el día a día, de modo que nuestros campos o estadios son espacios arquitectónicos desaprovechados, vacíos durante casi toda la semana, inútiles por inutilizados. La idiosincrasia del espectador, o aficionado o como quieran llamarlo, al fútbol y al rugby en nuestro país no reclama una casa club; no parece desear un lugar de encuentro entorno al que hablar de la entidad o del deporte en cuestión. Y eso puede explicar algunas cosas que se ven, se han visto y se verán en nuestro deporte y en nuestros clubes. Demasiados "conocimientos técnicos" y puede que poco corazón en general. Sigo conduciendo.

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