Recuerdo que en nuestro primer verano tras el regreso al infierno, todavía con el insípido José Domínguez llevando las riendas del Recre (¡ay!) y aún con un zoquete al mando del Decano (¡¡ay, ay, ay!!), pululaba cierto pique en las redes sociales -y perdón por el pleonasmo, porque a veces parece que las redes no sirven para otra cosa que no sea picar y molestar al de enfrente- entre ciertos recreativistas y otros cuantos cadistas sobre la temporada que se avecinaba. La teoría decía que ambos equipos iban a estar luchando por el mismo plato, la vuelta al fútbol profesional, pero la lógica de las circunstancias y el inepto que nos gobernaba mandaron al equipo más antiguo de España a pasar los momentos más angustiosos de su historia mientras el Cádiz terminó ascendiendo.

Confieso que, de pequeño, aquello de que ciertas personas trataran de meter por los ojos a todo el personal que el cuadro amarillo era lo más de lo más por su gracia y por su arte tuvo en mí el efecto contrario, ya que me pareció que eso tapaba bastante lo que realmente me importaba, el fútbol. Con el paso del tiempo los sucesivos descensos de los amarillos, las penurias que sufrieron y la fidelidad de su afición me provocaron tal empatía que ya me fue imposible no esbozar una sonrisa con sus éxitos más allá de que haya unos pocos allí que muestran habitualmente desprecio hacia Huelva y el Decano; estoy totalmente convencido de que, al igual que pasa en esta tierra con ellos, en la ciudad gaditana son muchos más los que quieren ver al Recre en lo más alto que los que prefieren nuestra desgracia. Y claro, episodios como aquel penalti de Abraham Paz en Alicante, capítulo que no le deseo ni a nuestros peores enemigos (bueno, a ellos sí), provocan compasión a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad deportiva.

Ahora que están en lo más alto tras pasar muchos años en el purgatorio me acuerdo de mi amigo Miguel, cadista mil por mil que se merece esta gesta y muchas más, y de otros tantos que se han ganado tal alegrón. También de Cervera, a quien un cenutrio despreció porque "no sabía de fútbol" y hasta "por su forma de expresarse"; ya hay que ser lelo. Y como me dijo ese mismo verano de nuestra caída al pozo un seguidor amarillo, "si el Cádiz es capaz de salir de Segunda B es sólo por el empuje de los miles de personas que nunca le abandonan". Pues eso. Es el único camino posible, el que aquí, por fortuna, se lleva andando ya varios años con sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas, muchas lágrimas. Ojalá también nos llegue pronto esa recompensa porque, sin duda, ya la merecemos.

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