Yesta dama, que tanto esperamos los cofrades, volvió a llegar. Lo ha hecho en su momento, como siempre. Ella es fiel a su cita. Es puntual a la hora de cumplir con sus obligaciones. Es constante en su paso por cada estación. Ella nos envuelve con su luz, esa luz que se torna más soleada, más viva, a la par que más opaca como anuncio del lúgubre desenlace. Ella nos cautiva con sus aromas, con sus instantes, con su color morado, con sus vestimentas hebreas, con su sencillez, con el principio del nacimiento de los nuevos frutos, con los encuentros con nuestros hermanos, con nuestros rezos al Creador, con nuestro renacer a Él.

Como ya contara el arcipreste de Hita, el pasado Miércoles de Ceniza, Doña Cuaresma ganó la batalla a Don Carnal nuevamente, trayéndonos estos momentos de penitencia, de ayuno, de abstinencia, de perdón, de paz y de amor. Y nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras caras deberían reflejar gratitud… gratitud porque volvemos a vivir una Cuaresma más. Todos los que leéis estas líneas estáis aquí. Recordad el pasado año, ya en estas fechas escuchábamos el término la Covid-19, y lo escuchábamos como algo lejano, algo que veíamos en los informativos, que estaba pasando en China, pero que no parecía tan alarmante. Incluso nos mofábamos coloquialmente de esas mascarillas y esas alertas, aunque ya empezábamos a tener noticias de que en Italia y en algún que otro país se estaban dando casos. Pero nosotros lo veíamos tan distante, tan de ciencia ficción, ¿cómo iba a llegar aquello a nuestro rinconcito en este globo terráqueo? Hasta que llegó y nos tocó. Esa última parte de la Cuaresma y esa Semana Santa encerrados en nuestros hogares, en nuestros miedos, apartados de todos. ¿Cuántos no pensamos en aquel tiempo, si viviríamos esta Cuaresma o la próxima Semana Santa? ¿Cuántos no dejamos de preocuparnos por los familiares, amigos, hermanos, que no veíamos más que por videoconferencias? ¿Cuántos necesitamos palabras de aliento en aquellos días? ¿Cuántos, viviendo, aquellas largas horas, no imploramos y rezamos? Recordad.

¡Señores permanecemos aquí! En este mundo tan cambiado, al que nos hemos tenido que ir adaptando. Pero hemos llegado a esta nueva Cuaresma. No podemos besarnos ni abrazarnos (algo tan nuestro), pero sí podemos mirarnos a los ojos, dice tanto una mirada, y percibir el cariño o el aprecio del otro. Sí podemos volver nuestros ojos, nuestro corazón a nuestro Padre. ¡Celebremos y vivamos! Demos testimonio de nuestra fe, y que no se trate de darlo en las formas, sino en el fondo. Que la estética puede estar muy bien, pero que no se trate de montar un escenario, que nuestros titulares, de una u otra forma, nos esperan, aunque sea en la sencillez de su diario. Que son nuestro fervor y nuestra creencia quienes tienen que resaltarlos. Que en esta Cuaresma echaremos de menos algunas cosas, esas típicas de los cofrades, pero será nuestro amor al Padre y a su Bendita Madre lo que suplirá la ausencia. Muchos otros están viviendo peores penitencias que las que creéis, que los cofrades vivimos. Doña Cuaresma llegó y con ella ha de llegar, con mayor intensidad, nuestra fe, nuestro amor y, por supuesto, nuestra alegría; y así, continuaremos transmitiendo nuestro legado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios