La profesionalización del rugby llegó tarde. Hasta bien entrada la década de los 90 no comenzaron a demandar su parte del pastel los jugadores. Aquello lo cambió todo. Si algún club notó esto fue Bath Rugby. Una ciudad de piedra con morfología romana en el sur de Inglaterra acoge al que fuera el equipo más laureado de la liga inglesa. Pero la profesionalización del rugby se le atragantó. Bath fue imbatible entre los años 1984 y 1987; volvió a serlo a principio de los 90 conquistando la liga en otras cuatro ocasiones y fue campeón de Europa en el año 98, dos años después de la llegada del dios dinero. Bath aguantó a pulmón los primeros años de jugadores asalariados gracias a su cantera, a su filosofía de club, a su tradición. Estos pilares siempre le habían hecho ganar -la victoria completa, la de una forma propia de hacer las cosas- pero ahora se podía comprar al primero de ellos. Los productos salidos de la academia de The Recreation Grownd partían lejos a golpe de talonario. Los Saracens, Newcastle Falcons o Northampton Saints y sus benefactores acaudalados atrajeron a los jóvenes leones de Bath para que les llevasen títulos a casa, y así fue.

Bath, fundado en 1865, continúa jugando en su campo construido en 1894; sigue formando a jugadores que acaban siendo claves en el XV de la Rosa; incluso abre sus puertas en verano a jugadores de cantera de otros países (algún onubense ha pasado por allí). Le cuesta ganar títulos, pero cuando lo hace sigue siendo una victoria completa. El trabajo que hace Bath Rugby en su ciudad es imposible que un club como el Tartessos lo haga en Huelva. No hay sitio para ellos, o si hay sitio es a las tres de la tarde, cuando los chicos aún siguen en el instituto. Es nuestra maldición, jamás sabremos lo que es jugar al rugby al estilo de Huelva, jamás podremos disfrutar de una victoria completa porque a las instituciones no les interesa este deporte se desarrolle. Una pena. Pero hay que seguir.