Seguimos en esa complaciente neblina donde vivimos sin querer preguntarnos cuándo brillará el sol y desplace esas sombras que nos ciegan.

Miro a mi alrededor y no veo nada, tan sólo ese atavismo patriotero que se retroalimenta de tópicos y referencias hueras: qué bonita es mi Huelva, no eres de Huelva si no conoces..., como Huelva "no hay ", soy más de Huelva que un choco... y así hasta llenar un cúmulo de estereotipos pintorescos compartido por quienes se recrean en el nefasto chauvinismo.

¿Qué ocurre si el Instituto Nacional de Estadística nos sitúa en cabeza del paro y a la cola de la renta per capita? Nada, no se mueve una hoja.

¿Qué ocurre si las infraestructuras siguen ancladas en la noche del tiempo? Nada. La histórica autovía a Badajoz, la Huelva-Cádiz, el tercer carril con Sevilla, el nuevo trazado Zalamea la Real-Santa Olalla del Cala o de aquel ignorado proyecto para unirnos a Portugal por la Sierra. Nada.

¿Qué ocurre con los propagandísticos chares (centros de alta resolución hospitalaria) ubicados en las cabezas de comarca? Nada.

¿Qué ocurre con la llegada de la Alta Velocidad tan desaparecida como el ferrocarril a Zafra? Nada.

¿Qué ocurre con el proyecto Ceus (Aviones no tripulados-Drones) que después de diez años no acaba de arrancar y a punto de perder los fondos de la UE? Nada. ¿Y con el imperioso Corredor del Atlántico? Nada.

¿Qué ocurre con la rehabilitación del patrimonio inmobiliario: Estación de Sevilla, Banco de España, Cuartel de Santa Fe, Cornisa del Conquero, la antigua cárcel... con el Cabezo de la Joya, el acueducto romano, los pecios, las Murallas Tartesias, los restos milenarios en la Ría del Odiel, con esa Sede Permanente de la Secretaría de Jefes de Estado y de Gobierno Hispanoamericanos? ¿Qué ocurre con esa sordidez sobre la Cuna de América, tan universalmente rabideña? Nada.

¿Qué ocurre con el legado deportivo? Sí, con esa humilde aportación del fútbol-tenis y golf al engrandecimiento nacional. ¿Dónde su reconocimiento y su visibilidad?

¿Dónde se hallan aquellas "mesas de la reconstrucción" y aquel conglomerado de "expertos" en reflotar la economía, restañar las heridas sangrantes y hacernos patentes frente a otras potencias y culturas? Nada de nada.

Tras anotar esta breve reseña a la que nos condena el ostracismo oficial y el natural pancismo, aún hay quiénes se hallan dispuestos a pregonar enjundiosos encantos obviado el secular autismo, ceguera y desapego en que nos envolvemos con displicente resignación.

Perdonen si refiero que estas anomalías no se resuelven con la aparición en las redes de bellos atardeceres e imágenes privilegiadas, ni con la proliferación de infografías. No sirven para bajar el paro ni competir en los mercados. No conmueven ni a la Administración, ni los "agentes sociales".

Hay otra urgencia en el relato: sacarnos del pozo donde, oficialmente, convivimos. Unirnos a un progreso sin el cual, nadie nos reconocerá. Situarnos a la altura de la "nueva revolución del conocimiento". Exigir el impulso preciso para desarrollar todos nuestros recursos. Adherirnos al socaire de las nuevas tecnologías. Ser referentes en la transformación que aporta la digitalización. Sumarnos a la internacionalización, única vía de futuro.

No valen excusas para seguir mirando ese anchuroso ombligo donde nos contemplamos con deleite, es necesario resurgir, poner en valor nuestra riqueza y ser competitivos. Ofertar los recursos endógenos y desarrollar la capacidad evolutiva de nuestros sectores productivos.

Ese, entiendo, es nuestro camino: luchar para romper la cadena del secular atraso, la desidia y el conformismo. Ese es el verdadero reto onubensista, el ser o no ser del siglo XXI. ¿Se oye?

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