El mundo del deporte tiene un indudable atractivo estético y de diversión, pero estos, como el placer en el comer o en el sexo, funcionan como una trampa para algo más importante. Los deportes suelen ser actividades que, ya sea practicándolos o como espectador, nos sirven de simulación de la vida real, de modo que se convierten en potentes herramientas para que nuestros cachorros se vayan formando en aspectos que no llegan a tratar en profundidad ni la familia ni el colegio.

Esta temporada han proliferado por España (los he visto en varias ciudades, incluido Madrid) niños con la equipación de la Juventus de Turín. Parece una anécdota sin importancia, pero esconde algo que creo que nos define muy bien como sociedad. Esos niños, imagino que de padres madridistas, convirtieron a Cristiano Ronaldo en su ídolo; de modo que la marcha de este a Italia los dejó algo huérfanos. La sociedad actual sólo admite dos reacciones ante este escenario: o el odio irracional por despecho, o abrazar la fe cristiana (en este caso) sin importar los colores, transformando con nuestra estupidez esta herramienta llamada deporte de nuevo en todo lo contrario. Es como usar un martillo para un asesinato en lugar de para clavar clavos. Parece inconcebible para los niños de hoy -adultos de un futuro cercano- que su cerebro pueda albergar la dualidad admiración-rival. Recuerdo esa sensación en mi infancia; recuerdo cómo mi padre me la inculcó sin aspavientos, solo viendo fútbol en la tele juntos. Jugaba Brasil en México 86, y la espigada figura con melena mesiánica de Sócrates me daba pavor en el debut de España. Todos recordamos aquel partido por un gol fantasma, pero yo recuerdo una mezcla de emociones extraña y que hoy me sirven para seguir por la vida: Sócrates me atemorizaba, pero mi padre hablaba muy bien de él, así que pasó de enemigo a rival deportivo, y de ahí a admirado, sin perder la etiqueta de rival.

En la película Invictus de Clint Eastwood, el dios del rugby Jonah Lomu provocaba esta dualidad en Nelson Mandela antes de la final ante los Springboks. El rugby es terreno abonado para este tipo de aprendizajes, pero el fútbol también. Usémoslo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios