Cultura

Las voces del pasado

Acudamos a la autoridad de Borges y Le Goff para elucidar la obra de John Connolly. Al escritor porteño, poque a él se debe la definición del género policial como una insidiosa "maquinita" predecible; al gran historiador francés, por cuanto en su estudio de lo mágico, de lo maravilloso medieval, de la estructura misma del milagro, había dicho ya que "desde el momento en que aparece el santo, sabemos lo que va a ocurrir". Todo esto es de aplicación general tanto a la novela negra como al género fantástico. La diferencia o la singularidad de Connolly es que, bajo una simple trama criminal, ha insertado un Ultramundo arcaico, un virulento Más Allá, cuyos seres asoman a la vida trayendo sobre sí dos atavismos bíblicos: la venganza inmemorial y la condenación eterna.

De este modo, Connolly, irlandés de nación, no hace sino continuar la tradición fantástica de algunos de sus compatriotas: Bram Stoker, Sheridan Le Fanu, Oscar Wilde, W.B. Yeats, etcétera. A lo cual se añade un elemento característico de la literatura norteamericana: la acuciante presencia de la Naturaleza, su conversión en personaje, y en definitiva, aquello que Lovecraft, uno de sus cultivadores, llamó "la tradición preternatural en América". A esta tradición pertenecieron Poe, Hawthorne, el propio Lovecraft, como luego lo haría Stephen King con los dilatados bosques de Maine, o este Connolly de Los amantes, cuyo detective, Charlie Bird Parker, tiene algo de ángel caído, cuyos enemigos inmemoriales surgen, bien de los milenarios pantanos de New Orleans, bien de las innominadas arboledas del noreste, pero siempre como emanaciones de un mal antiquísimo, mineral, dormido en las profundidades. Quizá por eso, las novelas de Connolly tienen como escenario las anchas soledades de Norteamérica, y no el paisaje, más humano y recoleto, de su isla natal. Así ocurre en Todo lo que muere, El camino blanco y el resto de sus obras. En ellas es el Mal puro, un Mal originario, personificado en un hombre (El Viajero, El coleccionista), quien traerá sobre la tierra un horror también puro. De fondo, está el problema de la redención, de la culpa, del dolor y del crimen. De fondo está el problema (religioso al fin, como todo en Conolly), de la muerte. ¿Perdonan los muertos a los vivos? ¿Perdonan, ay, los vivos a los muertos? ¿Vuelven aquí para decirnos su secreto?

Según Jung, los muertos continúan en la otra vida con las mismas ignorancias y perplejidades de cuando estaban vivos. Pero también es cierto que Jung, eminente psiquiatra, les escribía sermones en latín en su castillo de Bollingen. Él les llamaba La hueste antigua. No obstante, algo de plegaria, de sermón, de rogativa, hay en Los amantes de Connolly. Una plegaria contra el Mal y su ominosa huella. Y la esperanza de que el perdón exista; no sólo el fuego y el remordimiento.

John Connolly. Tusquets. Barcelona, 2010. 329 páginas. 20 euros.

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