De libros

El viejo y el bar

  • Francisco Silvera acaba de publicar su nuevo libro de narrativa

Nos cuenta Paco Silvera -en el patio del Casino de la Paz de Almonte- como, principiando el siglo, una amiga lo llevó un día a un bar para que conociera a un viejo, a un bar cutre de carretera cercano a un pueblo de la sierra de Cádiz. Flaco, acartonado, no muy pulcro, el viejo pasaba por sabio en la consideración de su amiga. Y, ciertamente, lo era, o eso le pareció también a Paco. Andaba entonces el joven Silvera enjaretando su segundo libro, Las taxidermias, y aquel viejo sabio protagonizó dos de los relatos que lo componen, La sonda y Noche fría, dedicados ambos por cierto a la citada amiga. Y no quedó la cosa ahí, el viejo se le instaló en la recámara que todo escritor posee a la espera, como Alonso Quijano, de una segunda salida, de nuevas aventuras.

Muchos años después, pasados más de tres lustros, el viejo por fin ha decidido contarnos su vida. En Libro de los silencios, que acaba de aparecer, Paco Silvera nos desvela qué fue de aquel personaje que se le quedó trunco, como las esculturas de los esclavos a Miguel Ángel.

La novela de Paco Silvera reboza honestidad, estética e ideológica

Y para hablar del libro, del viejo del bar del pueblo de Cádiz, nos hemos reunido, en otro bar, los integrantes de la Tertulia de las arenas. Hay que decir, como queja, que no todos esos integrantes se han leído el libro completo, algunos solo parte y otros ni abierto aún, lo típico de los grupos. Qué le vamos a hacer.

Después de una breve introducción del autor por la que nos enteramos de lo de la amiga y el bar cutre entre otras cuestiones más o menos extraliterarias pero muy útiles y curiosas, tomó Manolo Blanco la palabra expresando su sorpresa de entrada por la aparente contradicción entre los belicosos artículos en prensa del autor y el sosiego arcádico de la novela. Alabó la fuerza en las descripciones, a pesar del tan escurridizo vocabulario empleado, igual que la comicidad en medio de tanta derrota. Una buena historia, un buen libro para él.

Juan Matías, que confesó que solo había llegado a la página ochenta y tres, raspando la mitad, consideró respetuoso que se reservaba su opinión para mejor momento, pero eso no impidió que puntualizara sobre varios errores -que llamó "de bulto"- en lo que llevaba leído. Mosca cojonera, aludió básicamente a desajustes temporales, inexactitudes referentes a las floraciones de algún árbol, o el crecimiento de una legumbre; además de insecto fastidioso, Juan Matías es tan amante como conocedor del campo, curioso en un doctor en Historia Antigua; hablaba con propiedad, y sabemos que sin malicia, o no con demasiada. Para compensar alabó algunos de los capítulos leídos, sobre todo el titulado Las ropas, por su elegancia en el tratamiento de la muerte.

Bea Jimena, única asistente femenina esta noche -andamos regular con lo paritario-, destacó sobre todo las agudas observaciones sobre la sociedad y lo acabado de la estructura del relato. Igualmente la capacidad para expresar los sentimientos de un hombre de campo estando el autor tan lejos de su personaje. Y, claro, la complicación léxica y sintáctica marca de la casa que calificó de "delicioso tormento".

Después de las intervenciones regladas -de los pocos que habían leído la novela-, vino el caos propio de toda tertulia. Y aparecieron así Cataluña, los másteres, Trump… y alguna que otra cuña sobre el asunto que nos reunía, el libro de Paco. En fin.

Al final, y a pesar de todo, quedó, pienso, claro el asunto central.

Sintetizando: Lorenzo, un viejo que naciera en una casita en medio del campo, pasea a manera de despedida unos espacios y unos tiempos que fueron los suyos, que conformaron un mundo que ahora no solo está perdiendo él sino que lo estamos perdiendo todos, el mundo del campo, de la lentitud, del silencio.

El antiguo canto a la naturaleza, el desprecio de corte y alabanza de aldea, el beatus ille que nació probablemente el día mismo que aparecieron las primeras calles hace diez mil años dicen que por lo que ahora es Turquía; quizás la marca en nuestro ADN de aquellos sapiens que durante miles de años recorrieron la tierra cazando y recolectando, abrigados por el silencio, por los horizontes amplios, por la ausencia de fronteras.

La novela de Paco Silvera reboza honestidad, estética e ideológica, un esfuerzo claro por llegar a una forma de expresión exquisita y una apuesta por la denuncia de un mundo que se nos está yendo de las manos imperceptiblemente, al que con tanta frivolidad le estamos dando la espalda.

Dejó escrito Epicuro que "el hombre sabio no busca actividad alguna relacionada con la lucha" y Milan Kundera se preguntó "¿Por qué habrá desaparecido la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño?... ¿Habrán desaparecido con los caminos rurales, los prados y los claros…?". Entre la melancolía de Epicuro y la nostalgia de Kundera hay que engarzar Libro de los silencios.

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