Belle dormant

La vieja artesanía del pliegue

Arrieta ha perdido cómplices con el tiempo -que se han ido muriendo, vamos-, y aquí sólo la Caven nos trae noticias de aquel vibrante tiempo. Ahora al perplejo Xavier Grandès lo puede sustituir un actor tan insulso como Niels Schneider pero el motor onírico del cineasta sigue haciendo un ruido maravilloso. Arrieta siempre supo algo de aquello que Bellour denominara la "solidaridad de las máquinas", y puso a la cámara junto al jeep y al aeroplano, que también se mueven, nos mueven, y a veces hasta elevando nuestros pies de la tierra. Aquí también comparecen para subrayar la pulsión aventurera que atraviesa los planos de la adaptación del cuento.

Lo mejor de Belledormant no son sus golpes de humor ni su atmósfera desenfadada, tampoco la confianza en el componente sobrenatural -su habitar entre dimensiones- que subyace a toda toma de vista o de sonido. Lo mejor exhala de la gravedad que Arrieta sabe esconder bajo la superficie naíf, la triste melancolía de lo inmóvil, la soledad del off, esas pequeñas grandes heridas que son igualmente deseables.

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