Fila siete

¡Y van cinco!

Cuando uno lleva viendo cinco variaciones sobre el mismo tema o lo que es lo mismo, la quinta versión de una película que en su día causó sensación, pero cuya fórmula de indudable éxito, viene reiterándose hasta la saciedad, sólo puede pensar que ese predicamento entre públicos masivos -como lo demuestra que este film que hoy nos ocupa, a una semana de su estreno, se haya situado a la cabeza de los títulos más taquilleros- es la causa de su insistente presencia en las carteleras un año tras otro y en la repetitiva aceptación de numerosos espectadores ante tan persuasivo argumento para ellos, que no va más allá de una nueva vuelta de tuerca a los excesos de la violencia y el sadismo en la pantalla.

Como bien saben quienes siguen estas películas y se han convertido en auténticos fans de la saga, el retorcido Jigsaw, interpretado por Tobin Bell, fue domeñado por el cáncer dos entregas más atrás. Ello no ha impedido que aparezca en varios "flashbacks" de esta nueva historia.

Ahora el agente del FBI, Straham, encarnado por Scott Paterson, sigue la pista a Mark Hoffman, al que da vida Costa Mandylor, como presunto heredero de Jigsaw, por el que se siente fascinado. Es quien puede continuar con el legado del malvado psicópata, que, recordemos, murió en la tercera versión que se hizo de esta interminable serie. Todo consiste en saber como y cuanto sufrirán las víctimas. Éste es su único aliciente.

Tras el éxito de la primera película Saw (2004), James Wan y Leigh Whannell, artífices de esta franquicia, prometieron que si la fórmula funcionaba comercialmente, desarrollarían las ideas sobre el tema que habían ido elaborando en sus años universitarios.

Fieles a esa promesa nos presentan esta quinta entrega, dirigida ahora por quien antes fue su diseñador de producción, David Hackl. Firme en su seguimiento del original parte de un crimen cruel para seguir todas y cada una de las constantes del argumento sin excepción.

En todo caso las situaciones, por terroríficas que sean, no hacen sino complicar los esquemas y manipular oportunamente los procesos narrativos, de manera que se desconcierte al espectador, brindándole continuamente nuevas sorpresas no exentas de un procedimiento tramposo a favor de la intriga y los propósitos más morbosos. Hay que reconocer en la dirección de David Hackl una cierta habilidad para articular con una ambientación mínima un relato intrigante y tramposo, pero atractivo para los espectadores que gustan de estas truculentas historias.

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