Nuestras relaciones culturales con Argentina han sido desde siempre tan fecundas y de ida y vuelta que su recuerdo excede estos límites. Sin ir más lejos, algunos palos del flamenco (la milonga, la vidalita) provienen directamente de allá. Hoy solo nos detendremos en algunos pasajes en los que tuvo protagonismo el fandango en aquellas tierras, música y baile que en los tiempos coloniales fue asumido allí como folclore propio, aunque después cayó en desuso sustituido por otras danzas locales. Seguimos sus pistas en el semanario bonaerense Caras y Caretas, que comenzó a publicarse en 1897.
El barrio de los marineros
En sus "Narraciones coloniales", el cronista B. J. Mallol retrataba con precisión y conocimiento el paisaje humano y el ambiente del Barrio Recio o barrio de los marineros de Buenos Aires, un lugar lleno "de canchas de bolos, reñideros, juegos de pelota, burdeles, pulperías, casas de matute" y otros establecimientos de moralidad distraída.
Transcurría el siglo XVIII. A aquel "rancherío miserable de quincha y adobe, escalonado sin orden ni concierto en la barranca", llegaba la marinería de los barcos, después de largas travesías. Allí se encontraban "catalanes de recia voz, valencianos de meloso hablar, gaditanos cancioneros, vascos huraños y toscos gallegos" y no faltaban indios guaraníes, tripulantes de las balsas, madereros y de otros oficios y procedencias que comían trozos de carne a la brasa y tras la pitanza buscaban fruta fresca y bebían aloja y aguardiente. Al anochecer...
El fandango, trasplantado
El fandango del folclore español tuvo plena vigencia en la Argentina desde 1705. En tiempos del colonizaje se bailaba en los ranchos, en el campo; de allí pasó a la chusma y la gente pobre de la capital y se fue practicando también, a escondidas, en algunas casas respetables. Pero no consiguió más licencias porque el obispo de Buenos Aires lo prohibió en 1743 bajo pena máxima de excomunión por ser "una danza hereje". Prohibición que provocó enfrentamientos entre la jerarquía eclesiástica y el poder político: en la provincia de Catamarca, el virrey lo autorizó para revitalizar con actividades un teatro, decisión que un fraile franciscano rechazó arremetiendo contra ella desde los púlpitos y logrando con sus admoniciones que la población desistiera, a lo que el virrey respondió deteniendo al fraile por sedicioso.
¿Un baile y canto de los negros?
Repárese con interés en el siguiente texto, porque da claves muy verosímiles sobre la posible procedencia y el camino seguido por el fandango hasta llegar a Argentina: origen andaluz, llevado por los portugueses y los negros que lo dominaban como cosa propia.
Y es que, en general, los cantos y bailes argentinos recordaban a las malagueñas, seguidillas, peteneras, fandangos..., y de ahí las milongas, las vidalitas. La mayor parte de ellos se acompaña(ba)n con guitarra.
El macabro cuadro de los niños muertos
También en esta oscura costumbre aparece, de remate, el fandango, como vamos a ver. Fotografiar a niños muertos, solos en su féretro o acompañados de familiares, fue una práctica ritual hasta tiempos muy recientes en países sudamericanos. Las tétricas escenas las propiciaba la propia iglesia católica, por la creencia de que los niños muertos ascendían directamente a los cielos si habían sido previamente bautizados. No se debía llorar ante el túmulo, porque la muerte de un infante confirmaba que había sido elegido para la gloria eterna. Pero no hay que interpretar esto como propuestas por la iglesia, sino que las incentivaban las creencias religiosas de la gente sobre la salvación. Y después del velatorio venía la celebración bebiendo, danzando, siguiendo determinados rituales, los rezos, los cantos..., hasta que la reunión, de motivo fúnebre, se convertía en pura fiesta. Seguimos en el Barrio Recio de Buenos Aires.
Los velatorios eran la excusa para la zambra y el jaleo. "Se allegaba al lugar toda gente moza, arrabalera, jacarandosa y amiga de la danza; los más criollos, todos blancos, que a los de color no se les admitía, que aquel no era fandango de negros para darles entrada, aunque fueran libres... La del amanecer sería cuando diose fin al jolgorio", narraba B. J. Mallol. El clero combatía estas costumbres en sus sermones, anatematizándolas por inmorales, pero en vano se prohibían bailes como el fandango. Todo era inútil con gente de aquellas creencias, porque ni las amonestaciones ni los castigos les hacían mella.
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La próxima entrega: Las coplas del camino de San Benito y los cantes de El Piyayo
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