Cultura

El río anuda al mar

Manuel Banda pinta bien, bonito, alegre, pulcro y aseado; colorea con el ojo aferrado a lo visto sin menospreciar el sentimiento que le insta a expeler una rica gama cromática, llena de luz particular; compone escenas más con el dominio de la experiencia que con la instrumentación del raciocinio; dibuja dominador pero excesivamente atento, aunque a menudo se rebela, se desnuda, y en arrebato se hace grande, despejado, con gusto, con talento, con intención, con propensión, con picardía y con sentido; y domina el paisaje, casi obsesivo, con el instinto básico del saber natural de buscar lo que gusta y ama, que no es otra cosa que lo que gusta y ama al observador, ese juez, fiscal, notario y cronista que pone y quita. Pudiéramos decir que, con el corazón en la mano, es bueno en casi todo, pero, con el conocimiento en la palabra, sin ser el mejor en algo.

Sin conocerle personalmente, sus escasísimas incursiones en el comercio expositivo las he seguido con aclamación y, no me mal interpreten, con desvelos terapéuticos. Al recorrer su exposición en la Fundación Caja Rural del Sur me volvió a ocurrir. La mierda arrastrada durante la semana, la tristeza de un clima que parece añorar Galicia, un país, España, que cada segundo muerde o mata a uno de los suyos y la soledad cultural del momento en Huelva, tan penosa que duele, tan patrañera que merece cárcel, se disiparon al enfrentarte a un inmenso soplo de emancipación envueltos en mar y espuma y, fundamental, a un huracán de alegría de vivir en cada uno de sus paisajes, sea de mar abierto, de río teñido en rojo o de estanque íntimo de patio andaluz.

¡Ay Dios mío o… Santas Justa y Rufina, qué cosas tiene la vida!. La ciudad estaba sin contento. Cuánto pesar había por esa calle del general Mola, la Placeta o cómo puñeta se llame donde la otrora fundación eje de nuestra vida cultural sestea mortecina y ahora en la calle Botica el que te infló de sentido expone y arrasa con puntos rojos sobre sus cuadros. ¿Alternativas, alternancias…? Las dos juntas con esfuerzos paralelos y competitivos, mucho mejor. Tan sólo mirar a Huelva. Sin falsedades. Pero no es así. No puede ser así, parece ser. Santas Justa y Rufina, la Hiniesta y Reyes, egoístas, se han quedado con todo. O… quizá, mañana, con nada. Huelva pendiente de una cinta. La olvidada. Penoso.

Tomemos el rumbo sobre el agua, infectada de verdades, de agrados, de impresiones. Banda explora un mundo del agua surcado en tres instantes meditados, muy intencionales. El primero de ellos es el río, sin propósito alguno de ir a la mar. Ésta, abierta y/o atada a la orilla salvaje y virgen, deflagra en un esplendor de escenarios sencillamente espectacular y emocionante. Y, por último, las aguas muertas, casi yertas, que, pese al regodeo de sus coloridos e inquietos habitantes, parece como si cerrara el círculo vital, o mortal, del fluir del río, ese cantar de sensaciones y vivencias únicas que se despierta para no morir en las corrientes de Tinto y Odiel.

No sé si se habrán dado cuenta que Banda ya tiene sello-distintivo para ser Manuel Banda. Probablemente lo haya conquistado tarde, pero nunca, como el refrán, si la dicha son estos paisajes de agua que nos insuflan vida y alegría. Atrás quedan referencias múltiples, las que todos bebemos en vida y para la vida. Atrás quedan los guiños a Monet, Boudin, Homer, Muñoz Degrain, Emilio Ocón, López Mezquita, Sorolla, Gómez Gil, Santiago Martínez, Labrador, Domingo Delgado, José María Franco, Orduña Castellano, Florencio Aguilera, Carmen Laffón o Díaz Cantelar. Todos ellos con la mar sentida y la mar probada. Quizá, a muchos de ellos ni conozca, pero a todos vistos y admirados en el subconsciente del consciente. Gracias a la contemplación asida al estudio, Manuel Banda es capaz de reunir en la luz de sus cuadros lo que ve, lo que siente y lo que reflexiona. Todo ello es fruto del tiempo, de la dedicación, del entusiasmo. Y del buen gusto, del buen crear de un pintor que sin ir, probablemente, de ello es capaz de hacer feliz a una inmensa mayoría.

Tan sólo quiero poner una nota discordante o… de duda. No hace mucho, reflexionando sobre la exposición de Alcaría en el Museo de Huelva, advertía que hay pintores que no deben distraerse con decoraciones estéticas o estilísticas ajenas a su propia obra. En el caso de esta exposición pongo el acento en la señalización del ciclo del agua. A qué vienen esos carteles, todavía salvables, y esas pequeñas peceras, un guiño al conceptualismo absolutamente discordante con el realismo extremo de la mayoría de sus obras. Los cuadros, por si mismos, lo dicen todo. Por tanto, no hay que solazar con pretendidas intelectualidades. Si hubiera catálogo -que no es el caso-, no tendría réplica, habría justificación, y hasta juego ornamental y publicitario.

"El río que anuda al mar" viene de unos versos de otro amante del agua, Pablo Neruda. Y qué mejor que otros versos del chileno para sintetizar esta bellísima exposición que encarecidamente la recomendamos: "Bebamos, nunca dejemos de beber". Banda bebe, pero ya deja hasta que de él beban. El agua de la vida. La vida del agua.

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