Cultura

"Será por eso que la quiero tanto"Buenos Aires en la mirada de Coppola

Que me perdonen el color y los coloristas, pero la fotografía ha nacido para vestirse de blanco y negro. Los ojos, los del fotógrafo, ven la realidad efímera salpicada de brochazos de mil colores, pero nos lo traducen en blanco y negro para eternizar la imagen. La nostalgia de lo vivido, impresa en el papel, no es más que la fugacidad de un recuerdo que se quiere retener. En blanco y negro, pues el color es de futuro. Y cuando éste llega, alegre y esperanzador, el tiempo de presente, que al cumplirse es ya de pasado, se trasviste también en blanco y negro. El color del recuerdo.

El pasado viernes marché a la plaza de las Monjas. Nadie. Ni mis hijos, que adoran limpiar el firme con sus juegos. La tarde estaba prevista para refugiarse en el hogar. El ciudadano tras meses de alborozo callejero necesitaba descanso. La lluvia invitaba a más lluvia. Pero yo le debía una visita al Hotel París. Tampoco había nadie. Mucho mejor.

Horacio Coppola se mostraba en la fachada del edificio. Por vez primera, una exposición casi se integraba con perfección en el discurso de la sala. Casi. La otra parte del espacio expositivo, sinceramente, no. Un monumento a la improvisación. Al descuido. Y me da lástima. El esfuerzo de la Diputación y, en este caso también, de la Fundación Caja Rural del Sur, es tan brutal que da pena contemplar una tan extraordinaria muestra en tan anárquico espacio. Se desprecia al espectador. Se mata el mensaje. Con un poco de arresto, con un poquito de inversión, nuevo y formal.

Horacio Coppola nació en Buenos Aires hace 106 años. Y la sigue viendo, pues aún vive, con sus ojos geométricos, con los ojos de esos ciudadanos que aun confinados en el sur de la América que besa el Antártico quieren y sienten Europa como si la plaza Vendôme, Concorde o los Campos Elíseos fueran Corrientes, Costanera, Mayo o Rivadavia. Buenos Aires es un proceloso campo de exterminio. Se destruye para seguir siendo un aspirante máximo a la elegancia. Renace de las cenizas para ser siempre la misma. Europea por encima de Europa. Una estación orbital interplanetaria por si algún día la Tierra, entiéndase París o Berlín, dejase de existir.

En los Buenos Aires de todo un siglo, Coppola fijó las líneas cúbicas de una ciudad que se equivocó de lugar. Nunca de tiempo. Podría estar en la orilla izquierda del Sena o brillando entre las islas de Berlín. Pero no es así. Su lejanía, y su soberbia, la hacen replicante en su originalidad, en su deseo irrefrenable de vivir, en su búsqueda de un dios que la transporte para siempre al Olimpo de la belleza. Entre esas líneas donde la geometría enlaza con Picasso pero destruye con inteligencia lo pictórico que aún guarda el arte fotográfico, Coppola plasma la frialdad de un sentimiento que se hace nacional. Buenos Aires es Argentina, pero Argentina no es ella. Coppola más que un fotógrafo de lo estático retenido en un instante es un cineasta de la fotografía. Su geometrismo es más sintético que analítico, sus perspectivas más diamantinas que aéreas, su lenguaje más objetivo que subjetivo y su alma más expresionista que impresionista. Quizá, por todo ello, por ese carácter europeo, tan ecléctico que sea hace argentino, tan argentino que se hace personal, tan Bauhaus, por mínimo, simple y sencillo, con toques del futurismo y metafísico italianos, que se hace pura vanguardia, la pureza de sus fotografías se cristalizan en la inmortalidad de un tiempo que no pasa, que siempre es presente en todos nosotros.

La obra total de Coppola, y que la muy buena selección del Hotel París nos enseña, apenas presenta evolución. Se queda en el tiempo, como el tiempo borgiano de Buenos Aires. Su evolución es su visión retenida, casi muerta en el espacio, lacerándose en las aristas de la geometría. En tantos años de visiones, Horacio Coppola no busca nuevas soluciones técnicas y literarias, semánticas o visuales. Su progreso es su maestría, su dominio de un lenguaje que se firma como indestructible. Si bellas, experimentales y significativas son sus geometrías urbanas y arquitectónicas, quisiera poder resumir su mensaje no en ellas sino en su homenaje al más grande artista cubista, el español Juan Gris. Allí reside todo Coppola, y parte de la que fue su mujer, Grete Stern. Portentoso Coppola. El tiempo en su retina.

Cuando finalicé de contemplar su obra, con un blanco y negro que colorea el recuerdo por su extremada belleza, fui a casa a ordenar unos versos dispersos de Borges sobre la ciudad que siempre quiso sobrevolar París: "Y la ciudad, ahora, es como un plano de mis humillaciones y fracasos; desde esa puerta he visto los ocasos y ante ese mármol he aguardado en vano. Aquí el incierto ayer y el hoy distinto me han deparado los comunes casos de toda suerte humana; aquí mis pasos urden su incalculable laberinto. Aquí la tarde cenicienta espera el fruto que le debe la mañana; aquí mi sombra en la mano no menos vana sobra final se perderá, ligera. No nos une el amor sino el espanto será por eso que la quiero tanto".

Que nadie se queje en Huelva que se ofrece poco o nada en materia cultural. El que lamenta es que aún se solea en la playa o la lluvia de una tarde de viernes le retiene todo un año en su hogar.

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