Cultura

"He pretendido romper el tópico de la incultura femenina en la Edad Media"

  • La autora retoma la figura de uno de sus antepasados en 'El marqués de Santillana' · La novela presenta a un humanista formado por las mujeres de su familia "que no respondía al estereotipo masculino de la época"

El primero de sus personajes había macerado, durante siglos, fama de real arpía. A retomar su historia -la historia de La princesa de Éboli-, la llevaron la curiosidad y un sentimiento de empatía que terminó siendo desafío: "Al final de esa novela -comenta Almudena de Arteaga- terminas sintiendo lástima por ella". Fue Ana de Mendoza la que inoculó en la escritora un afán revisionista: no todos los grandes nombres de la historia tenían por qué responder a las coordenadas dadas. Así, la mirada heterodoxa de Arteaga ha recorrido las vidas de la Beltraneja, la Latina o Eugenia de Montijo. Su último protagonista es, sin embargo, un hombre: el marqués de Santillana.

-En la novela es la hija mayor del marqués de Santillana, Mencía de Mendoza, la que recuerda la figura de su padre...

-Bueno, la verdad es que esta historia tiene un guiño: el libro está dedicado a mi padre, que es el actual marqués de Santillana, y quería que se conociera la vida de este gran poeta y humanista.

-La de su antepasado fue una vida de folletín.

-La verdad es que podría ser la historia de una telenovela. Se cría con su madre en Carrión de los Condes, lugar que su padre visita una vez al año básicamente para preñar a su esposa, porque el resto del tiempo vive amancebado con su sobrina en Guadalajara... El otro eje, el resto de la historia, supone el inicio de lo que posteriormente sería la unidad de España: la época de Juan II (el padre de Isabel la Católica), de Álvaro de Luna y de todas las trifulcas del fin de la Reconquista y la guerra contra los reinos vecinos, Aragón y Navarra.

-¿Y cómo ha resultado este primer hijo varón?

-Sí, el marqués de Santillana es mi primer hijo literario varón, aunque podemos decir que estuvo tremendamente influido por su abuela, Mencía de Cisneros, y por su madre, Leonor de la Vega, y no respondía al estereotipo masculino de la época. Con la aparición de estas mujeres quería romper también el tabú de que la mujer en el medioevo era inculta: ambas le inculcaron que la mejor forma de ganar batallas era con la fuerza de la palabra, y no con la de las armas. El futuro marqués de Santillana tuvo que ir a la guerra en varias ocasiones, pero en cuanto podía se dedicaba a escribir, a disfrutar de sus musas eternas -las mujeres de su familia- y de sus musas efímeras. Así que la mujer tiene muchísima fuerza en la novela.

-Iñigo López de Mendoza mezclaba el interés por la alta intelectualidad de su tiempo y un prematuro respeto por el saber popular.

-Escribió serranillas, villancicos, los dichos (Refranes que dicen las viejas junto al fuego) e incluso llegó a escribir canciones de cuna para sus hijas... Era un hombre enormemente sensible a todo lo que le rodeaba. Se educó en Aragón, y muchas veces el rey lo usaba como embajador. Vivía a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, cuyos principios él conoce antes que nadie en Castilla. Y todo lo cotidiano le llama muchísimo la atención. En la novela, de hecho, hay numerosas escenas cotidianas.

-¿De dónde le llegaba esta influencia humanista?

-De su madre y su abuela, por supuesto: en cuanto supo leer y escribir en castellano, lo llevaron a las Cortes de Aragón y allí recibió toda la influencia mediterránea, lo que se estaba cociendo en las regiones italianas... Siempre se ha dicho que Aragón, en aquella época, estaba mucho más avanzado que Castilla: era el foco intelectual.

-Es interesante tratar de ver a figuras que tenemos en el imaginario colectivo más allá del cliché...

-Eso es precisamente lo que intento: romper con lo que la gente ha creído siempre sobre ciertos personajes. Sucedió, por ejemplo, con la princesa de Éboli, que la historiografía presenta como una bruja. Y con la Beltraneja lo mismo: en mi novela es la Católica la que no queda bien parada, porque la echa. Aquí, lo que intento demostrar es que no todos los hombres de ese tiempo eran tan tremendos como la gente los imagina, y que la dualidad de géneros podía ser más amplia.

-¿Cómo suele llegar hasta sus personajes? ¿Qué le mueve a la hora de escogerlos?

-La idea puede surgir de cualquier cosa: de un libro que esté leyendo, de algo que escuche en la radio... Tomo un personaje, y empiezo a investigar sobre él y lo curioso es que, generalmente, no me defrauda: sale una buena historia.

-Lo tardío medieval, la Edad Moderna, es una época muy presente en el conjunto de su obra..

-Es pura casualidad: ocurre que empiezas a documentarte y encuentras, de repente, un personaje que queda en segundo plano pero que se merece por sí mismo una novela completa.

-Es, además, una época muy interesante, de ruptura y eclosión...

-Efectivamente. La historia de España, sin los hijos del marqués de Santillana, no sería igual. Mencía estuvo casada con uno de los condes de Haro; otro hijo suyo fue el cardenal Mendoza; otro descendiente, Tendilla, tomó Granada... De alguna manera, dejó el poso en todos sus hijos de un afán de diplomacia y de palabra antes que de empuñar las armas.

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