Fila siete

El poder de la tierra

La crítica norteamericana la ha calificado como "Lo que el viento se llevó" (1939) australiana. Si es por presupuesto, 130 millones de dólares, están acertados, pero la diferencia con la película de Victor Fleming, es bastante notable por muchos conceptos, cuyas comparaciones no vamos a considerar aquí. Si es cierto que hay una pasión épica por el tono general de la película que interesa, entretiene y se deja ver pero no entusiasma. El aire de exotismo del propio escenario de los hechos, de las circunstancias y de las personas, que si hoy sigue vigente, en 1930, cuando transcurren los acontecimientos que nos cuenta la película era mucho más acusado, le proporciona ese tono épico y grandilocuente acrecentado por la magnificencia e inmensidad de los paisajes, que imprimen mayor trascendencia a los hechos históricos.

"Esta tierra tiene un extraño poder", dice uno de los personajes de este emocionante relato en muchas ocasiones y ése es el magnetismo que la propia fuerza telúrica se impone en personajes y circunstancias, jugando con la riqueza, la sed de dominio, la discriminación racial, los odios personales, el afán de venganza, pero también la cordura, la independencia, la generosidad, el amor, el desprendimiento, la magia y la lealtad, un cúmulo de sentimientos, acciones y emociones, que trascienden de la ambición del guión y de la propia película, aunque a mí me parezca, por conceptos bien evidentes, un western clásico, tratado el género a la australiana y para que nada falte la adicción de la guerra y los actos valerosos, reivindicativos, humanitarios y ejemplarizantes, que propenden fácilmente al melodrama o drama romántico.

No me conmovió El amor está en el aire (1992), su primera película, no me encantó, como a algunos, Romeo y Julieta de William Shakespeare (1996) ni me enloqueció, como a tantos, Moulin Rouge (2001), pero entiendo que estos siete años en que Baz Luhrmann pasó con su mujer, Catherine Martin, directora artística y de vestuario de sus películas, preparando esta realización, han madurado un producto, que, además de confirmar la variedad de su obra, posee referentes muy claros, bien asimilados, entre el que más sobresaliente resulta El mago de Oz (1939), del que afloran sobre todo algunas de sus más significativas imágenes y su bella canción Over the rainbow, convertida en reclamo heroico de los personajes más entrañables de Australia.

Con las diferencias que puedan tenerse con los comportamientos y actitudes, sociales, políticamente correctas -ese concepto manoseado e imbécil tan en boga- sobre la época, hay un seguimiento rotundo y claro al cine tradicional, más que clásico. A pesar de los excesos narrativos, el indudable convencionalismo, las concesiones evidentes, el barroquismo ocasional, la desmesura en la duración de la película que tampoco es necesaria, el film cumple sus objetivos y para muchos será un buen regalo festivo.

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