Crítica

Un pianista onubense para armonizar 'Nosferatu'

  • Una velada inolvidable con Manuel Fernández Boniquito

Un momento de 'Nosferatu'.

Un momento de 'Nosferatu'. / M. G.

Al anochecer Huelva esperaba impaciente a las puertas de la Cuarta de Cajasol. Allí se proyectaba el clásico de terror Nosferatu con la ambientación pianística de Manuel Fernández Boniquito; un doble aliciente para la cultura de Huelva al cumplirse cien años del filme y al contar con música en vivo y en directo en la propia sala, como se hacía a principios del siglo XX.

Manuel Boniquito presentaba para Nosferatu un abanico de piezas cuyo eje lo situó en la Quinta sinfonía de Tchaikovsky, cual leit motiv en alusión a la llamada del destino, danzas rumanas de Bartók y unas piezas románticas que el melómano identificaría. Este pianista natural de Valverde del Camino ya tiene una dilatada experiencia poniendo música a títulos memorables del cine mudo; su dominio técnico es pasmoso ya que cambia de temas con precisión y refinamiento. Poner música a una película muda es todo un reto, y Manuel Boniquito lo ha superado brillantemente.

Admiramos en la velada del jueves el clima logrado durante los dos primeros actos, donde el piano vistió la acción, los personajes y el escenario con eficacia absoluta; el público sintió miedo, ternura, desolación e inquietud. Resaltamos el cuadro del primer encuentro del joven matrimonio en su casa (música bellísima), el pánico de los campesinos y las caballerías ante lo maléfico (sonidos muy agudos) y la cena de Hutter en el castillo junto al vampiro (tema escalofriante). De hecho, las apariciones del conde Orlock instaban al pianista a efectos sonoros con series cromáticas que sobrecogieron al espectador.

La sólida formación del pianista era crucial para defender una película como ésta pues cambiaba de obras y de tonalidades con naturalidad exquisita. A esto añadía registro de teclados modernos o notas con reverberación para evocar lo misterioso o lo fantasmal; un ejemplo lo escuchamos en la escena del bosque con la diligencia del vampiro a cámara rápida. Manuel explotó un recurso empleado en toda la película: un bucle de notas ascendentes y descendentes que recordaba las películas de acción.

Habría hecho falta una música distinta para el puerto en horas nocturnas y la persecución a Knock. Y el registro de órgano, que sólo se usó en los títulos de crédito de la película, habría sido un timbre más apropiado para algunas escenas, como buena alternancia sonora. Se omitió en el visionado de la película la escena del científico Bulwer con sus alumnos, algo determinante para comprender la escena final de la película.

El público empatizó mucho: sana hilaridad ante las sutilezas de Murnau, espíritu del expresionismo alemán (las secuelas del vampiro al mirarse Hutter unas marcas en el cuello o el sugerente comentario del conde Orlock al ver el retrato de Ellen). Los silencios en el último acto evidenciaron la entrega del respetable, como comprobamos en las escenas de Knock exclamando “¡Maestro! ¡Maestro!” y la muerte de Orlock.

En suma, una velada inolvidable donde un gran pianista de la provincia de Huelva ha brindado al público una digna recreación de este clásico del terror.

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