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Crítica literaria
El complejo de Lumumba.
Juan Villa. Editorial Niebla. Huelva, 2024.
124 páginas. 16,95 euros.
Quien puede captar la remembranza, tiene el poder de la escritura. Acordarse es fácil, pero hacer que el pasado vuelva al presente es un acto de malabarismo virtuoso de la palabra. Sentir que nada se ha ido, y que el tiempo a su paso no ha borrado nada, es una magia que a pocos se les da. Hoy, el día de hoy, el mago está aquí. Se llama Juan Villa. Y su bola de cristal, que nos regresa lo ya sucedido, se titula El Complejo de Lumumba.
Un grupo de jóvenes alucinados (como lo fuimos todos los que ya lo hemos sido, y como espero que sean los de ahora) deciden tomar en sus manos su historia, con una idea comunitaria de convivencia, de concordia, y traer a la realidad un sueño, una ilusión, una utopía. La utopía generacional que todos hemos deseado al menos una vez en la vida: la comunidad perfecta de la concordia. Algo tintada (o muy entintada) de una ideología de época, en la que se entreveran retazos de existencialismo, de hipiesmo, bucólica vida comunal, y comunismo.
El proyecto que emprenden es vivir juntos en un conjunto de casas al que, después de muchas asambleas agridulces, deciden democráticamente llamar Complejo, y para individualizarlo más: Complejo de Lumumba. En la vida diaria aprenderán que las semejanzas humanas y sociales entre ellos son más de superficie que de profundidad, que cada uno es muy diferente de los demás, y que prácticamente ninguno se caracteriza por su gregarismo, por su sentido de pertenencia al grupo, sino que, por lo contrario, son en sus particularidades, en su formación y cultura, en su concepción del mundo, en su vida de pareja, en sus gustos y hábitos, tremendamente individualistas.
Y de ahí surge la paradoja, y una gran novela: lo que fue la ambición de la homogeneidad de un grupo, se convierte en una pluralidad de opiniones opuestas y divergencias constantes. Nosotros, lectores, espectadores, asistimos al espectáculo de un mosaico de personalidades, todas ellas disímbolas, atrayentes, peculiares, y muy interesantes. Lo que quiso ser un rebaño monótono, se despliega como una polifonía de caracteres humanos, en tonalidades que van de lo excéntrico a lo absurdo: pasando por el misterioso, el enigmático, el retraído; por el extrovertido, el bromista, el gracioso; por el pensante, el intelectualoide, el artista; por el solemne, el reposado, el prudente… Y se puede seguir la enumeración de características de conducta de estos personajes originales.
Al lector de esta novela le parecerá que ya es bastante para que esté bien. Pero no, no está bien, está mejor. Lo que yo he dicho hasta ahora es sólo una fotografía. Viene lo mejor cuando la pluma de Juan Villa los hace actuar, en el filo de la parodia, la burla, la falsa solemnidad, y discuten entre sí las más nimias decisiones y acciones, y las más trascendentales determinaciones, para el bienestar presente, y sobre todo futuro de su célula comunal: el Complejo de Lumumba. Y en ello les va la vida, porque no sólo se trata del destino de un conjunto de casas vecinas, sino del porvenir y el bienestar de sus habitantes, que dan opiniones disparadas, disparatadas, sensatas, insensatas, lúdicas, histriónicas, idealistas y pragmáticas, todas marcadas por una convicción que se parece al fanatismo.
Yo he disfrutado mucho el desenfado meticuloso con el que está escrita la novela. Dentro de la ironía, la comicidad, y la tragedia narrada en falsete de zarzuela, hay una fina crítica a las ideologías que dominaron el periodo en el que acontece esta historia. Uno de los grandes méritos del narrador es que desnuda la ingenuidad de esas ideas que pretendían optimizar el mundo hasta volverlo perfecto, pero lo hace sin acidez, a pesar de la sorna y la sátira que aparecen y reaparecen; y con una enorme dosis de ternura de quien también creyó en esa utopía, la vivió, la compartió.
Muchas cosas son interesantes, simpáticas, divertidas, agudas, de esta extraordinaria novela, El Complejo de Lumumba. Una característica que para mí revela la magistralidad del arte de una obra literaria, y que tienen todas mis preferidas, es que estén escritas asumiendo que el lector es inteligente y sensible, como El Quijote de Cervantes, como El Buscón de Quevedo, como El Complejo de Lumumba de Juan Villa.
No exentas, eso sí, de la acidez necesaria para pimentar la vida y recordarnos que vivir es un peligro diario, al que tenemos que enfrentarnos, también, con las armas de la lengua.
Diré, por último, que esta novela de Juan Villa, tiene ese algo sutil que comparten la cortesía y la diplomacia hasta cuando no quieren ocultar verdades agrias, lamentables: es una novela amistosa, amena, cordial; como un amigo del que disfrutamos su compañía y su charla.
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