Cultura

La novela de los condenados

  • La editorial Cátedra ha recuperado la novela 'Sefarad', uno de los títulos fundamentales de Antonio Muñoz Molina, reciente Príncipe de Asturias

Poco antes de que le concedieran el Príncipe de Asturias de las Letras, la editorial Cátedra había recuperado un título clave de Antonio Muñoz Molina, Sefarad, en edición de Pablo Valdivia. Los hechos se iluminan recíprocamente, al gusto del de Úbeda: la reedición ratificaba por anticipado el premio, mientras el premio sancionaba a posteriori la reedición. No hubo oportunismo, sino una óptima oportunidad de leer (o releer) una novela poderosa, valiosa, un jalón destacado en la carrera de su autor y en las letras españolas; lo diremos con las palabras de Valdivia: "Sefarad no sólo supuso un revulsivo en el ámbito literario, sino que además consiguió por fin introducir y captar la atención del público sobre toda una literatura del Holocausto que había sido escasamente traducida al español". La redacción (y la repercusión) de esta novela llenaba el foso abierto por la historiografía franquista: Que España no participara activamente en la II Guerra Mundial no significa que se mantuviera al margen; el desenlace de la contienda y la derrota de los aliados naturales de Franco -Hitler y Mussolini- aconsejaron al Régimen a alimentar la idea del "aislamiento" de nuestro país, una falacia ampliamente desmentida por Sefarad. España no fue en ningún momento neutral ni indiferente al curso de los hechos.

En Sefarad, Antonio Muñoz Molina construye, así la llamó, "una novela de novelas" -que me recuerda a Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino- en torno a un puñado de temas esenciales: la memoria y la identidad, la realidad y los deseos, la tierra y el destierro. En concreto, los mil y un destierros posibles, físicos y emocionales, que puede sufrir una persona: "Como con acierto -indicó- Muñoz Molina en una de sus entrevistas posteriores -recuerda Pablo Valdivia-, Sefarad es fundamentalmente un mapa, una geografía de todos los destierros y exilios posibles". Esto explica el título: Sefarad, un espacio simbólico, es "el país al que se sigue siendo fiel en el exilio", afirmó Muñoz Molina. El exilio está siempre planteado como una agresión, herida y cicatriz, como pérdida irreparable. Por la novela vagan, extraviadas, las víctimas del genocidio judío en la noche más profunda de Europa, las de las purgas del estalinismo en la noche más fría de Rusia, así como las de las represalias franquistas en esa noche española que duró casi cuarenta años.

En las páginas de la novela se entrecruzan los caminos (y se enredan los destinos) de gente como Victor Klemperer, un prohombre alemán que combatió en la Gran Guerra, en donde fue condecorado, e impartió clases en la Universidad de Dresde, nada de lo cual fue mérito suficiente para hacer olvidar a la horda nazi sus orígenes judíos. En marzo de 1933, cuando el ascenso de Hitler era imparable, Klemperer apuntó en su diario que en las tiendas podían comprarse juguetes con esvásticas grabadas: "Y nadie se mueve -escribe-; todo el mundo tiembla, se esconde". Willi Münzenberg, un activista marxista, huyó de Berlín cuando el Partido Comunista fue prohibido en ese año de 1933; Münzenberg temía a la bestia hitleriana, pero quienes le colocaron la soga al cuello y lo ahorcaron en un bosque francés fueron sus camaradas, encargados por Stalin, una vez cayó en desgracia. En Sefarad también tienen cabida los pequeños holocaustos cotidianos como los del hombre lentamente desahuciado de sí mismo a causa de una enfermedad o la de la mujer condenada en vida a languidecer entre las cuatro paredes de un convento. Un aspecto une a todos, su condición de condenados.

Sefarad es la novela de los condenados, una incursión emocional (emocionada, emocionante) a la existencia de gentes que sufrieron estas agresiones, estas heridas, esa pérdida, y retrata con intensidad impar el dolor y el desasosiego que resulta, el extravío y el desamparo que sigue, el vértigo de esa normalidad que salta hecha añicos como los cristales de la ventana contra la que se arrojan las piedras del odio. Antonio Muñoz Molina hace justicia a esas otras vidas al rescatarlas del olvido y devolverles la dignidad que les arrebataron (que les arrebatamos), al restituirles su condición de personas antes que de personajes. En Sefarad, Franz Kafka es un hombre lúcido y enfermo, necesitado de afecto, y no sólo el autor de unas fantasías desquiciadas que, andando el tiempo, hemos adjetivado de Kafkianas. La identificación con la víctima es intensa, absoluta, abrumadora.

El autor invita a no descuidar un punto del todo obvio: "Y tú qué harías si supieras que en cualquier momento pueden venir a buscarte, que tal vez ya figura tu nombre en una lista mecanografiada de presos o de muertos futuros, de sospechosos, de traidores. Quizás ahora mismo alguien ha trazado una señal a lápiz al lado de tu nombre, ha dado el primer paso en un procedimiento que llevará a tu detención y acaso a tu muerte, o a la obligación inmediata del destierro, o por ahora tan sólo a la pérdida del trabajo, o a la de ciertas ventajas menores a las que en principio no te cuesta demasiado renunciar". Cualquiera de nosotros puede ser el próximo.

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