Cultura

El nacimiento de una nación

  • En esta hermosa novela breve, melancólica y desmitificadora, Éric Vuillard confronta los brutales hechos de Buffalo Bill con su embellecida leyenda

En una vieja filmación de 1908 podemos verlo venir hacia la cámara atravesando un río, montando a caballo con su reconocible aspecto, bigote poblado, perilla blanca, sombrero, cazadora de flecos y rifle en mano, saludando al espacio del contraplano. Allí se encuentran la gran carpa y las pistas del Wild West Show, el mayor espectáculo circense que podía verse en aquellos días en el mundo, con centenares de soldados, cowboys, indios, grupos étnicos de diversa procedencia, personalidades como Annie Oakley, Calamity Jane, Toro Sentado o Wild Bill Hickok, caballos y bisontes escenificando viejas cacerías y batallas del Far West ante la fascinada mirada de los espectadores.

El cine asumiría pronto a Buffalo Bill (William Frederick Cody, 1845-1917) como uno de sus iconos, de hecho, sus primeras imágenes filmadas se remontan a 1894, cuando los operadores de Edison registraron alguno de los desfiles callejeros de su espectáculo anunciando la llegada a la ciudad. El Buffalo Bill que conoció y aclamó el público popular entre finales del siglo XIX y principios del XX era ya una mera ficción construida por él mismo en su espectáculo itinerante (en ruta desde 1883), que se preocupó siempre por ir apenas un paso por detrás de la propia historia para engrandecerla, magnificarla, alterarla y tergiversarla lo que fuera conveniente para el buen funcionamiento de su show, el primer gran show de la historia moderna.

Hollywood alargaría la leyenda (Buffalo Bill, William Wellmann, 1944), aunque también la desmitificaría con melancolía antiépica (Buffalo Bill y los indios, de Robert Altman, 1976), pero el trabajo ya estaba hecho, el mito instalado en el imaginario colectivo, la Historia oficial y fundacional de Estados Unidos entreverada de ficción, de relatos y fábulas.

Esta hermosa novela breve de Éric Vuillard, también cineasta, director de la magnífica L'Homme qui marche, juega igualmente en la división de la nostalgia desmitificadora, en el terreno de los hechos (no siempre contados) confrontados al mito y la leyenda, con un melancólico discurso en paralelo que nos lleva de la gozosa modernidad capitalista que encarna el personaje del espectáculo a la verdadera historia, una historia de racismo, masacre y exterminio que dejó tirados en las llanuras a millares de indios para rescatar apenas a algunos supervivientes y ponerlos también al servicio de aquel gran teatro del Salvaje Oeste que recorrería Estados Unidos y Europa para "acercar la realidad" a los nuevos espectadores-consumidores.

En las páginas de esta Tristeza de la tierra aparecen reveladoras fotografías en blanco y negro de aquella época que dan pie a pequeñas historias e impulsan retratos y relatos de vidas como la de la niña india Zintkala Nuni, recogida literalmente entre los cadáveres de la masacre de Wounded Knee, criada por el general Leonard Colby, finalmente entregada al espectáculo de Buffalo Bill y su gerente John Burke, abandonada poco después a su suerte, que no fue otra, paradojas, que un leve paso sin éxito por Hollwyood, la prostitución y una muerte temprana.

O la del propio Toro Sentado, Jefe Sioux, héroe de Little Big Horn, vencedor del general Custer, que estuvo interpretándose a sí mismo, a una versión paródica y caricaturizada de sí mismo para ser más precisos, durante un año, antes de que una nueva bala policial diera con sus huesos en el fango.

O la del ocaso autoconsciente del propio Buffalo Bill, viejo enamorado de una joven actriz de 17 años a la que montó una obra teatral y pagó una gira infructuosa, fundador de una ciudad fantasma y eternamente invernal que llevó su propio nombre, Cody, testigo de la caducidad de su propio mundo de representación y farsa ante el empuje del Luna Park, el cine o las nuevas y ágiles formas de entretenimiento.

Tristeza de la tierra se va escorando irremediablemente hacia la melancolía, hacia el retrato de un fin de época que fue también el cimiento de la Historia de una nación y un imperio (el capitalismo imparable), a través de los últimos días del mito, "el viejo titiritero" acabado, endeudado, cada vez más afectado, enfermo, moribundo: "Él, que había fabricado el mayor fraude de todos los tiempos, pertenece de pronto al mundo que se esfuma, y la gran nostalgia se apodera repentinamente de él".

Se escora hacia la empatía con los indios supervivientes de Wounded Knee, figurantes del Wild West Show, recluidos ya en sus reservas, borrachos, dignos de compasión y lástima. Nos deja, en fin, con la hermosa historia de Wilson Akwyn Bentley, un joven fotógrafo aficionado, afanado en atrapar con su cámara los copos de nieve que se derriten, el vapor, la niebla, el viento, lo ínfimo, lo diminuto, lo intangible: el mayor espectáculo del mundo.

tristeza de la tierra. la otra historia de buffalo bill

Éric Vuillard. Trad. Regina López Muñoz. Errata Naturae. Madrid, 2015. 142 páginas. 14,50 euros

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