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El músico de la isla verde

Y por todo eso, La Almoraíma entera, modesto paraíso donde el tiempo se amansa, se embruja y se confunde con la luz o la noche, debe de estar aleteando como un pichón de infancia, por entre acordes, trémolos, arpegios, en ese maremoto de músicas con el que Paco de Lucía está rubricando el flamenco. Si escuchamos con nuestros poros, en el fondo de esa guitarra podremos contemplar a una niñez del Sur, y esa niñez, en algún recoveco de esas músicas, se llama La Almoraíma". Así lo describían las palabras de quien fuera uno de sus amigos, el poeta Félix Grande, que se le ha adelantado unos días y ya camina por el sendero abierto para los inolvidables. Como para tantos de nosotros, también para el poeta manchego Paco era una referencia, una continua fuente de sorpresas y de admiraciones. Juan José Téllez, que tan bien lo conoció y que se niega a llamarse su biógrafo, consciente de que ni su vida ni su obra caben en un libro, sentenció ayer que, como a todos los grandes creadores "a Paco la muerte le ha cogido viviendo", dejándonos quizás la única brizna de consuelo.

Mas ahora es otro momento y estoy sentado junto a él en un extremo de la tarima del aula magna de la Escuela Politécnica Superior de Algeciras donde sobrevuela un inconfundible murmullo de expectación que no es habitual en las sesiones académicas. Ambos estamos vestidos con los ropajes de la dignidad universitaria: togas, mucetas y birretes, porque la Universidad de Cádiz otorgaba al guitarrista algecireño el Doctorado honoris causa. Apenas unas horas antes me había acercado a él para trasladarle el mensaje del que era portador: la felicitación sincera de Manolo Sanlúcar. Reaccionó con gestos interesados, queriendo saber cómo estaba su amigo y pidiéndome que le diera un abrazo. Entretanto, se oían ya las palabras del rector Sales que daban comienzo al acto. Le miro y Paco me confiesa que está algo inquieto. Yo también lo estaba, aunque por razones distintas. El mío era el pálpito emocionado de saberme sentado junto al mito, hablando con un clásico vivo, con un ser irrepetible.

Recibió los signos de su dignidad doctoral y se dirigió al atril tras ir atenuándose el largo aplauso en el que todos prorrumpimos tras sus juramentos rituales. Hizo un discurso breve, en el que cada palabra -como cada nota-, tuvo su valor y su sentido. Aquel hombre, dueño ya de un lugar en la historia de la música y en la del flamenco, que sólo tres años antes había recibido el Premio Príncipe de Asturias, decía que este reconocimiento de la universidad gaditana le hacía sentirse importante. Y añadía: "Yo, antítesis de la educación formal, niño callejero, currante de nacimiento, agradezco a esta institución, en mi nombre y en el de todos los flamencos, que incluyan en sus honores a mi cultura, una cultura que no se puede aprender en los libros pero que importa, al menos, tanto como los libros". Aludió a su condición de autodidacta, desde el respeto a los estudios que no pudo tener. Pero reclamó para "esa forma de conocimiento un tinte de esfuerzo y de pureza".

En ese momento, un calambrazo de emoción recorría el aula sobre cuyo silencio se elevaron sus últimas palabras. Reiteró su gratitud a la universidad, porque valoraba la importancia de su gesto. "Con la edad -dijo- cada vez son menos las opiniones que me importan, porque son menos las opiniones que me pueden dar la medida de cómo lo he hecho en la vida..., cerrando la frase de un modo lacónico y rotundo: "sólo me interesan las voces de unos pocos, las de mis raíces, la de mi padre, la de mi madre y la de mi pueblo, Algeciras. Muchas gracias". El silencio se rompió en una atronadora ovación que no parecía tener fin mientras el genial artista algecireño saludaba con una sonrisa paciente y agradecida.

Sólo tres años después, en mayo de 2010, Paco de Lucía recibió otro doctorado honoris causa. Esta vez otorgado por la prestigiosa Berklee College de Boston. Lo recibió en un acto en el que se graduaban casi mil estudiantes y al que asistieron unas cinco mil personas. Con él lo recibieron otros artistas, entre ellos Kenneth Gambe y Leon Huff, creadores del llamado "sonido Filadelfia", continuando la serie inaugurada por Dike Ellington en 1971. Era un signo más de la universalidad del reconocimiento de la persona y la obra de Paco de Lucía, y con él y por él, del flamenco y de la cultura española. Pero ahora y desde el dolor por su muerte inesperada, como un acto de honor a su memoria, debemos insistir en la continuidad de los esfuerzos para lograr que la academia otorgue al flamenco el lugar que desde hace tiempo reclama. Porque Paco de Lucía se nos ha ido cuando todavía quedan en ella demasiada gente que no acaba de enterarse.

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