Cultura

Una línea entre la certeza y el deseo

  • La Fundación Joan Miró de Barcelona ofrece hasta el 16 de febrero una lírica aproximación al modo en el que el arte ha convertido el horizonte en la marca estructural de la pintura

A Martina Millà, responsable de programación de la Fundación Miró de Barcelona, le llamaba la atención lo anónimo que puede ser el horizonte, "que está por todas partes", hasta que en manos de los artistas se transforma en un lugar singular, en esa presencia que desafía el empeño de la representación. Punto de contacto entre el cielo y la tierra, marca que distancia el espacio físico del cósmico… el horizonte define la visión occidental y es, añade, un símbolo de lo que no podemos alcanzar, de lo que aún queda por saber y por imaginar, de los límites de nuestro conocimiento.

Con el lienzo Abetos del pintor romántico tardío Arnold Böcklin (1827-1901) -procedente del Kunstmuseum de Basilea- como pieza más antigua en una atractiva reunión de 60 obras de entre los siglos XIX y XXI, la Fundación Miró explora en Barcelona hasta el 16 de febrero cómo las artes visuales han plasmado el horizonte como la línea fundamental de la imagen.

En el siglo XV, con la invención de la perspectiva y sus leyes, el horizonte se quiso acotar, se le pusieron límites. Sin embargo, como recuerda Rafael Argullol en su referencial ensayo La atracción del abismo (Acantilado), con el Romanticismo los aspectos más incontrolables del paisaje ganaron la batalla -la pintura surrealista sería la más clara continuadora de este espíritu- y el horizonte como lugar indomable cobró un gran protagonismo, especialmente en la obra de Caspar David Friedrich. La muestra Ante el horizonte, patrocinada por BBVA y comisariada por Millà, invita a reflexionar también sobre los mecanismos de la observación, sobre la conciencia de la contemplación, aspectos que resaltan el carácter fundacional de la pintura de Friedrich.

El título de la exposición alude al estudio Devant le temps donde Georges Didi-Huberman defiende la reconsideración del anacronismo en el ámbito de la Historia del Arte. Didi-Huberman -autor también de un celebrado estudio sobre el baile de Israel Galván- aporta el marco teórico para esta serie de conversaciones flexibles entre artistas, estilos y movimientos que saltan por encima de la cronología y se reparten en dos contextos: el europeo y el americano.

El recorrido expositivo arranca así con una sala en clave mironiana donde debaten tres piezas de gran formato de Modest Urgell, Joan Miró y Perejaume. "Cuando Miró regresaba a Barcelona le gustaba mirar este cuadro de Urgell, su maestro, que colgaba del Hotel Majestic, donde se alojaba a veces. A la hora de la siesta él bajaba a disfrutarlo a solas", recuerda la directora de la Fundación Miró, Rosa María Malet. El discípulo aprendió del maestro las grandes lecciones del paisaje y la composición y el diálogo entre ambos no se agotó nunca, como muestran las correspondencias entre las rocas, las gallinas y la luna de ambas obras. Como contrapunto un contemporáneo, Perejaume, gran conocedor de la pintura catalana, establece un juego semántico al dibujar cuatro horizontes con los marcos dorados de la pintura tradicional.

La mirada especial a los artistas románticos que le dieron una importancia simbólica al horizonte en el contexto alemán, suizo y escandinavo incluye curiosidades como un óleo de 1873 del dramaturgo sueco August Strindberg, una gran composición en vinilo de la paisajista Anna-Eva Bergman de 1969 y un homenaje a Friedrich del fotógrafo Gerhard Richter. La sección francesa ilustra cómo las vanguardias asimilaron la representación del horizonte llevándola incluso al terreno de la abstracción, como prueba una obra juvenil de Calder. El reto de pintar el contacto entre la superficie acuática y la atmósfera lo ejemplifican las marinas reunidas de Dalí, Max Ernst o Pierre Bonnard.

La sinuosa arquitectura de la Fundación Miró permite crear espacios para el recogimiento, como la capilla o celda que acentúa la dimensión mística de los horizontes de Ettore Spalletti, Marc Chagall e Ives Klein, del que vemos un monocromo vertical de color verde en alusión a la pintura paisajística procedente del Pompidou parisino. Menos idealizados, por resaltar la acción del hombre en el paisaje postindustrial, son los trabajos de Georg Baselitz, con su fábrica de cemento pintada al revés, y David Hockney, que en su última etapa ha vuelto los ojos de modo crítico a la deforestación de su Inglaterra natural, como prueba Menos árboles cerca de Warter (2009).

Dos salas dedicadas al horizonte abordado por la práctica escultórica incluyen piezas de Eduardo Chillida, su hermano Gonzalo Chillida y Jesús Uriarte. Con un rotundo dique en cedro rojo del escultor minimalista Carl Andre se abre el bloque centrado en los horizontes americanos, que incluye, por ejemplo, las legendarias fotografías de paisajes de Ansel Adams y un lienzo de la pintora Agnes Martin que remite al expresionismo abstracto de Rothko.

El pop de Alex Katz establece un pulso, extraño y bello, con el arte matérico de Antoni Tàpies, presente aquí con una composición también cercana al minimalismo. Con la inclusión de Nicolau Raurich la comisaria enfatiza su interés "por esos artistas que forman parte del club de iluminados, como Yayoi Kusama", la artista japonesa de los topos rojos y los espacios infinitos cuya obra contrastaba pasos atrás con la del expresionista alemán Max Beckmann.

Tras una cita al land art la muestra se detiene en el horizonte urbano por excelencia, el skyline, con la pionera panorámica en la que Muybridge captó el perfil de San Francisco antes del terremoto. El itinerario se cierra con una selección de obras de diversas épocas y autores: Claude Monet, René Magritte (con el surrealista El castillo de los Pirineos del Museo Israelí de Jerusalén) y Olafur Eliasson, entre otros, escriben este epílogo sobre las paradojas y retos de la representación del horizonte en la práctica artística. Un horizonte que, según nos explica la filósofa Marta Tafalla en su revelador texto para el catálogo, es también la forma de nuestra finitud, lo que separa nuestras experiencias de nuestras esperanzas: "De este lado están nuestras certezas, del otro, nuestras apuestas", concluye.

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