Crítica de música

El irresistible reclamo de la lírica

  • Ballesteros, Ruiz y Sánchez ofrecen una velada con partituras memorables en la Fundación Caja Rural del Sur

Un momento del concierto celebrado en la sede de la fundación Caja Rural del Sur.

Un momento del concierto celebrado en la sede de la fundación Caja Rural del Sur. / Alberto Domínguez (Huelva)

Con la primavera están retornando muchas de las programaciones que han tenido un letargo obligado con la pandemia. Y la lírica es un plato fuerte en nuestra capital. Huelva daba otro paso hacia adelante el pasado jueves, cuando el salón de actos del centro cultural José Luis García Palacios de Huelva se abría para ofertar un nuevo Concierto Lírico. Una selección de belcanto, canción y romanza a cargo de la soprano Inés Ballesteros, el barítono Pablo Ruiz y el pianista Rubén Sánchez. Programa exquisito que hizo degustar al público maravillas del repertorio escénico y de salón.

Inés Ballesteros es una soprano de lustroso timbre y una agilidad con que aborda airosamente los altos retos; su perfecto control del aire saca partido a aquellas obras de amplio desarrollo. Pablo Ruiz posee un registro baritonal vigoroso que en el medio-agudo le aporta mucho colorido; el énfasis de su fraseo y su dicción es algo carismático en él. Por su lado, Rubén Sánchez domina el arte camerístico extrayendo del piano toda la gracia con que redondear a la partitura y de este modo resultar certero en el diálogo con las voces.

Mozart fue el pórtico de la velada. Un Deh vieni non tarda que Inés cantó con dulzura y maravillosos ritardandi; por su lado Pablo hizo un Madamina! con decisión en el ataque y una fluidez digna del drama mozartiano. Con Rossini se unían ambas voces en un incomparable juego de tonos agudos y graves que con el añadido del piano parecían fuegos artificiales. Sin duda, el natural de Pesaro fue el punto de inflexión para el bel canto en su esencia: Eccomi in lieta vesta de Bellini caló con su aire meditativo y la tonalidad de mi bemol mayor para que la soprano obtuviera un timbre prodigioso y agudos pulcros con el remate del piano. Come paride vezzoso de Donizetti gustó por sus arabescos pese a la limitación del agudo, tensado al hacerse en forte. Y un dúo de Don Pasquale cerraba una primera parte con enternecedoras frases y un discurso con ritmo que se aceleraba y se frenaba con una gradación perfecta y espontánea.

Todo un acierto el segundo bloque del concierto, que conjugó romanza de zarzuela, canción española y bolero. A la escucha de estas piezas podíamos sentir añoranza de aquella música que animaba muchos rincones… Música con la melodía a flor de piel y un acompañamiento para abrir los sentidos y soñar… Esto ocurría con Romance de la luna, luna, de Ortega, que a la templada voz del barítono se agregaba un piano que dejaba al discurso en suspensión y hasta subrayaba una especie de quejío.

Enamoradiza versión de la soprano en Fortunilla, una canción de Manuel García que estaría sucedida por un bolero de Saint-Saëns, el compositor francés cuya producción de cámara siempre nos subyuga con lindas ocurrencias; el comienzo tiene un diseño de ambas voces precioso para después conducirlo todo a otra tonalidad. Como interludio para piano la Serenata en fa menor de Pauline Viardot, hija de Manuel García, música transparente que llegó al público como una de las aportaciones más entrañables del repertorio español. En Calor de nido de Katiuska el barítono mantuvo todo el fervor de la partitura. Se empleó a fondo la soprano en su romanza ¡Madre de mis amores!; su voz imperturbable desgranó las notas hasta llegar a una cadencia desbordante de originalidad y finura; antítesis de Para comprar a un hombre, donde Inés y Pablo inundaban de desenfado el escenario en un fin de fiesta.

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