Cultura

De la integridad y los intereses ajenos

  • Diez años después de la muerte de Marlon Brando, 'La ley del silencio' reluce como uno de sus mejores trabajos

Como es habitual, ello conlleva rescatar alguno de sus proyectos emblemáticos. Así, surge la duda. Un ser que ha hecho tanto no puede reducirse a un solo trabajo. Sin embargo, puede que La ley del silencio sea una de las pocas películas capaces de recoger la auténtica esencia del actor.

El filme es una durísima introspección de la bondad y el cariño, que, si bien no son síntomas superficiales, surgen de la expresión más simple de la conciencia humana. Elia Kazan cuenta con un poderosísimo reparto para ensayar sobre el tema. La fiereza del mal (evocado por un siempre intimidante Lee J. Cobb) frente a la delgadez del bien (personificado por Eva Marie Saint y el párroco de Karl Malden) parecen librar una intensa lucha por pervertir a un joven (Brando) que nunca ha sido capaz de llevar a cabo sus propias decisiones. Que el muchacho sea ex boxeador puede tener algo que ver. Cada directo y cada golpe cruzado parecen haberle deshumanizado. Además, su conciencia se ve relegada a un nivel donde reina la mínima simpleza, algo que podría ser horriblemente negativo pero que se manifiesta en él a través de una mirada a la que nada le resulta indiferente, desde el bellísimo aleteo de las palomas que cría, hasta el sollozo que se expresa en el rostro de una mujer de luto. Analiza todo lo que encuentra a su alrededor como lo haría un niño, a partir de los rostros de las personas; y a partir de ahí, empieza a entender la complejidad de las emociones que le rodean.

Para él, la libertad reside en cómo los demás querrán usarle y según qué propósitos. La analogía más clara es la que se hace a través de su relación con las palomas, que admira por su capacidad de vivir sin complicaciones. El mundo ha sido injusto con todos, pero especialmente con él. Su conciencia no le pertenece, pero comienza a atravesar las barreras de lo que conoce.

Reduce su mente de tal forma que su simpleza le permite congeniar con los intereses de otros. Su inocencia a la hora de interpretar las cosas le dota del aura de un santo inocente, un ser curioso, de espíritu aventurero, que comprende las emociones desde un punto de vista tan superficial como profundo. Entiende la tristeza, la pena y los remordimientos de los demás, y aprende de ellos. Comprende el sentido de la justicia, diferencia el bien del mal y juzga lo que hace según esos designios.

La catarsis de su personaje se efectúa con esa pelea mano a mano con Johnny El amable (Cobb), que le sirve de escarmiento moral, y ejerce como símbolo del bien común, de lucha por la consecución de una libertad que reside en la toma de conciencia de cada uno. Demacrado y casi sentenciado, sufre dándose una larga caminata hasta la zona de descarga, donde cada hombre lucha por vivir un día más, y la sangre que recorre su rostro yace en el suelo como el mártir que aquellas gentes necesitaban.

Escrita sobriamente, La ley del silencio queda transcrita con gran sencillez y elegancia. Se respira tanto la tensión y el miedo en esos lúgubres embarcaderos, como la esperanza y la bondad en unos personajes que luchan, realmente, por intereses ajenos. El altruismo aquí defiende la delación y la denuncia como consenso del bien absoluto, representado a través de la justicia, principio al que se sujetó Kazan tras su participación en la caza de brujas. Las interpretaciones con respecto a esto último son tan dispares que lo único destacable es que la inocencia que mueve al personaje de Brando difiere totalmente de la actitud de su director, algo que, por otro lado, importa bien poco. Como contrapunto, las distintas personalidades que se localizan en esta obra evidencian que el sistema social imperante irá perpetuándose con el paso del tiempo. Si bien la integridad del hombre, en este caso, supone una potente revolución contra el miedo y la coacción, sigue haciendo falta dicha integridad para poner toda la maquinaria en marcha. Es decir, un ser altruista, ajeno a figuras políticas y poderes económicos que ponga el puño sobre la mesa y luche por la justicia natural, no por su idea de ella. Esto se hace imposible, y desde un punto de vista fatalista, la película así lo transmite por momentos, cuando el odio y la ira se lanzan sobre su protagonista cuando rompe la bien llamada ley del silencio.

Aquí, Brando ofreció una actuación pletórica, tremendamente matizada, hasta incluso sostener la sensación de que uno está ante la penumbra social de un documental. Estos diez años sin él, son, por desgracia, el comienzo de una dura etapa para el séptimo arte. El precio por ver extinguirse a una estrella.

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