cRITICA DE MÚSICA

La influencia de las tradiciones

Huelva ha reabierto el debate sobre el gusto interpretativo. Y todo gracias a que los conjuntos Arcadia y Stevenson, que nos deleitaron en las noches estivales, motivaron al público. Entonces, partituras de autores pretéritos y actuales se fundían en las localidades costeras; ahora se consolidan proyectos en diversos lugares de la capital. Las nociones de la música están ganando terreno; se baraja opciones de formato grande y pequeño tanto con lo solístico como con lo concertante. Además, se ha querido incluir en un solo bloque obras muy separadas cronológicamente; pero con rasgos comunes. Y sabiendo hacer presente lo pasado y futuro lo presente, los enjundiosos comentarios nos conducen al optimismo. Frescas interpretaciones en el marco de una ciudad que disfruta esa armonía que nunca termina de desvanecerse. ¿Paradoja o alegoría? Los espíritus emprendedores ya han sido atendidos al menos en aquellos lugares donde se respeta el discreto son de la belleza.

Música temperamental es lo que encendió el ánimo rápidamente. Y esto no consiste en que instrumentos de alcance toquen episodios en forte; la gran habilidad del compositor y el intérprete va a lo más ingenioso. Por ejemplo: una sonata para piano con un tema principal audaz y grato al que acompañen discretos subtemas. Si los cambios se van produciendo inesperadamente, las consecuencias pueden ser extraordinarias; algo semejante a una escena cinematográfica o un diálogo teatral. No hubo nada más acertado en estos últimos encuentros que un juego de texturas con melodía, acorde y ritmo empleados estratégicamente: cuando uno de estos tres elementos destaca sobre el conjunto se desencadena esa magia tan difícil de lograr. El público asumió esto como una fórmula excepcional.

Pero encontramos estados intermedios que dejan perplejo al oyente, como las sonoridades a caballo de dos formatos convencionales. Y esto sucede bien en composiciones pianísticas apabullantes donde parece que hay cuatro manos o dos instrumentos bien en obras camerístico-sinfónicas de sutilezas encomiables. Sobre lo primero hemos de referirnos a repertorio clasicista venido de la mano de Johann Christian Bach y Haydn y, respecto a lo segundo, sinfonías de Mendelssohn y Randiuk. Como supieron crear situaciones muy peculiares con el cambio de tonalidades, se acentuó el propio encanto de cada una de las obras del programa.

Ese empuje inesperado determinó la calidad total y sembró en el oyente esa dorada pregunta que lo dignifica como melómano. Por eso, la música sonó no solamente a música; sino a tantas cosas que forman parte de nuestra vida. El arte musical tendió ese puente con la sensibilidad humana. Y en un espacio de tiempo largo uno ha logrado una perspectiva de madurez donde las inquietudes han adquirido peso; la música que oíamos hace diez años ya nos suena completamente distinta: puede gustarnos más, menos o disgustarnos. ¿Por qué? Porque en la vida, y en la experiencia de la música, todo es interacción: nuestras fibras sensibles pueden ir o en consonancia o en disonancia con la música. Se podrá dar explicaciones musicológicas, técnicas, estéticas que realmente convenzan; pero es el oyente, desde su íntima y exclusiva circunstancia, quien se decanta, y en consecuencia, quien decide.

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