Crítica de Música

La grandeza del coro verdiano

Representación de 'Nabucco' en el Gran Teatro de Huelva.

Representación de 'Nabucco' en el Gran Teatro de Huelva. / josué correa

Dada su poca frecuencia, la ópera en Huelva se recibe con los brazos abiertos. El título de Nabucco hizo que los onubenses abarrotasen el Gran Teatro. Precisamente, el dios Baal, presente aquí, se hunde en las raíces de la vieja Onuba. Obra tan bien recibida en su época cautiva con el ceremonioso espíritu de sus coros, plato fuerte que siempre gana adeptos en cada representación.

La rica alternancia de lo religioso y lo bélico venía de la mano de unas estupendas prestaciones corales, mejor definidas en la escena sexta de la primera parte: trabajo minucioso donde se discernían claramente las mujeres, los hebreos y los soldados; todo ganó con una luminotecnia perfecta, cuya variedad de tonos e intensidades vistió muy bien a la ópera. El tan esperado Va pensiero fue una de las cumbres interpretativas en un canto matizado gustosamente, que se iniciaba en conmovedor mezzopiano rematado con sugerentes reguladores para luego crecer hasta un forte solemne; la puesta en escena acompañaba con su progresivo clarear, momento memorable de este Nabucco. Hacia la penúltima escena del último acto, al descubierto la excelencia coral, voces empastadas sacando un máximo rendimiento a la armonía.

Estupendas prestaciones corales; el 'Va pensiero' se matizó con gusto y solemnidad

Respecto a los personajes, Abigaíl contó con una soprano ideal que resolvía desahogadamente las exigencias de tesitura; de hecho, no perdió color en sus intervalos del sobreagudo al medio-grave, haciendo salvedad de una coloratura para salir del paso. Formidable su interpretación desde las palabras introductivas de la segunda parte: Ben io t'invenni, o, fatal scritto!, una intimidad dramática con que se firmaba otro momento sublime de esta representación. Durante el tercer acto asombró con el cuidado exquisito de las frases en recitativo.

A Nabucodonosor le costaría definirse vocalmente; fue en la Profecía donde el personaje cobró fuerza, en un timbre seguro pese a que la línea de canto sonara bastante desigual; su prestación en el Dueto fue buena consiguiendo evocar el necesario pulso de la trama. Para Fenena una mezzo de cuidado estilo, que ofreció lo mejor de sí en la cuarta parte. Ismael y Ana cantaron respetablemente poniendo su caracterización al servicio de unos buenos concertantes vocales. El resto del elenco no dio la talla, de timbres y graves inaudibles con que no se podía construir un personaje.

Magnífica orquesta, que marcó la continuidad de la representación. En primer lugar, su acertado acompañamiento de los recitativos, donde el foso respiraba a la par del canto. Cuerda exquisita durante El impío, digna de la mejor escuela de cámara; metales más brillantes en las últimas escenas e irrepetible trío de corno inglés, arpa y chelo hacia la despedida. Los decorados, aunque no había un despliegue grande de medios, tuvo atractivo para los Jardines colgantes de Babilonia, con paneles de motivos vegetales y tres esfinges dispuestas estratégicamente.

Paupérrimo programa de mano, de sinopsis simplista; la edición aprovechó para hacer un tríptico con varias óperas.

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