Cultura

El más grande creador de sueños

  • Ray Harryhausen, toda una leyenda de Hollywood como pionero en el arte de los efectos visuales, falleció el pasado martes en Londres a los 92 años

Por qué los dinosaurios fascinan tanto a los niños es uno de los muchos misterios de la infancia. Que se une a su atracción por los seres mitológicos y los monstruos. Los dinosaurios forman parte del imaginario infantil desde que Julio Verne publicó Viaje al centro de la Tierra en 1864 y, sobre todo, desde que Conan Doyle publicó El mundo perdido en 1912. Esta gran novela -que Fernando Savater, admirador de Harryhausen (fallecido el martes a los 92 años), dijo que siempre se lee "en un estado de ánimo permanentemente jubiloso, propio de una víspera de fiesta"- fue llevada al cine en 1925 con efectos especiales de Willis O'Brien. Y esta película, junto a los murales dedicados a los dinosaurios que pintó Charles R. Knight para el Museo de Ciencias Naturales de Los Ángeles, concretó la vocación de un niño que entonces tenía cinco años y se llamaba Ray Harryhausen. Ocho años más tarde, en 1933, cuando Ray tenía 13 años, fue con su madre y su tía -que había comprado las caras entradas- a ver la recién estrenada King Kong, que también tenía efectos especiales de Willis O'Brien, en el Teatro Chino Grauman's de Hollywood Boulevard. Y allí esa vocación se concretó aún más: haría cine y sería discípulo de O'Brien.

Porque lo importante no es que a este niño le fascinaran los dinosaurios y los monstruos mitológicos. Esto le pasa a todos los niños. Lo importante es que era un genio y por eso, en vez de desecharlos al crecer, se dedicó a hacerlos reales y darles vida. Lo importante es que era un artista y por eso, en vez de convertirse en un famoso paleontólogo o mitólogo, se dedicó al cine. Ray Harryhausen se puso a hacer marionetas y modelos para animarlos filmándolos con una cámara doméstica Kodak. Su locura creció al hacerse amigo de otro adolescente al que le fascinaban las historias fantásticas, los dinosaurios, la mitología y la ciencia ficción, llamado Ray Bradbury. Fueron amigos íntimos hasta la muerte de Bradbury, el año pasado. En 1938 -con 18 años- se planteó la filmación de una película sobre dinosaurios, cuyos modelos creó, que no pudo llegar a filmar por falta de medios. Se llamaba -o más bien iba a llamarse- La evolución del mundo. Durante su preparación logró ser recibido por su ídolo Willis O'Brien en los estudios de la Metro, y este se convirtió primero en su mentor -animándole a que estudiara arte y anatomía en Los Angeles City College- y después en su maestro.

En 1940 realizó sus primeros modelos para las producciones animadas -la serie de los Puppetoons, premiada con un Oscar en 1943 por su aportación técnica- creada por George Pal, otro grandísimo nombre de la fantasía cinematográfica al que debemos Destino: la Luna, La guerra de los mundos, Cuando ruge la marabunta, La máquina del tiempo, Atlantis, el continente perdido o El maravilloso mundo de los hermanos Grimm. Tras la guerra realizó sus primeras obras independientes, los Cuentos de la Mamá Ganso (1946), e inició su colaboración profesional con Willis O'Brien en largometrajes, el primero de los cuales -El gran gorila (1949)- fue dirigida por Cooper y Schoedsack: el niño al que maravilló King Kong trabajaba con sus tres creadores. El sueño se había cumplido.

Tras otras colaboraciones y un ocasional retorno al cortometraje, Harryhausen emprendió su carrera en solitario con El monstruo de tiempos remotos (1953), poniendo a punto la técnica de animación de modelos que patentaría como Dynamation. Empezaba su gran etapa creativa -Surgió del fondo del mar, 20 millions miles to Earth, La tierra contra los platillos volantes- que culminaría tras dos encuentros extraordinarios: con el productor Charles H. Schneer y con el compositor Bernard Herrmann. Este trío único en la historia del cine fantástico daría las obras maestras Simbad y la princesa (1958), Los viajes de Gulliver (1960), La isla misteriosa (1961) y Jasón y los argonautas (1963). La lucha con el cíclope, la Gorgona, el ejército de esqueletos, el cangrejo y las abejas gigantes, el viaje en globo a través de la tempestad, Talos el coloso de bronce o el combate con la diosa Shiva forman parte del imaginario de varias generaciones.

Vinieron después -siempre con producción de Schneer, pero ya sin Bernard Herrmann- los éxitos de La gran sorpresa (1964) y Hace un millón de años (1966) en la que -hay que reconocerlo- la espectacularidad de Raquel Welch más desnudada que vestida por un escueto biquini prehistórico derrotó a los dinosaurios de Harryhausen. Tras el fracaso de la extravagante El valle de Gwangi (1969) -rara mezcla de western y película de dinosaurios que retomaba un viejo proyecto de Willis O'Brien- Schneer y Harryhausen volvieron al terreno seguro de Las mil y una noches y la mitología con la trilogía formada por El viaje fantástico de Simbad (1973), Simbad y el ojo del tigre (1977) y Furia de Titanes (1981), su producción más cara y con más lujoso reparto: Laurence Olivier, Claire Bloom, Maggie Smith, Ursula Andress, Burgess Meredith y Flora Robson. En 1992 recibió un Oscar por toda su carrera, convertido en un mito del cine y admirado por Lucas o Spielberg, cuyas infancias encantó y cuyas obras inspiró.

Tengo una deuda personal con este gran hombre de cine. Ray Harryhausen me ha acompañado toda mi vida. Sus películas y El Capitán Trueno, junto a las novelas de Julio Verne y La tumba india de Lang, llenaron mi infancia de hermosos y a veces terroríficos sueños. Viví los estrenos de Simbad y la princesa, Los viajes de Gulliver, La isla misteriosa y Jasón y los argonautas con mi madre -pobrecita mía: me tuvo que llevar varios días seguidos a ver cada una de ellas- en Tánger, en los cines Roxy, Goya y Mauritania, cuando tenía entre 6 y 11 años. Vi el estreno de Furia de Titanes cuando vivía en Roma, con mi mujer, en un cine del Viale Trastevere. Las he vuelto a ver muchas veces con mis hijos. Y espero verlas con mis nietos. Era un genio. Era un mago. Su obra perdurará. Los dinosaurios digitales no devorarán a los suyos, como sus criaturas animadas gracias al sistema Dynamation no devoraron las de su maestro Willis O'Brien. Estamos hablando de arte, no sólo de técnica. Y en el arte el genio es insuperable y las obras maestras viven para siempre.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios