NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
El actor y director Daniel Guzmán cita como referentes al japonés Hirokazu Koreeda y al iraní Asghar Farhadi, cineastas interesados en la épica cotidiana de la gente corriente que colocan la cámara a la altura de sus personajes. Porque Guzmán, que el próximo viernes estrena su tercer largo en su faceta de realizador, La deuda, una película que también protagoniza y que define como “un thriller emocional con tintes sociales”, se inspira con lo que ocurre en las calles, en la realidad más próxima. “El otro día me lo decía un amigo: que mi cine se mueve siempre dentro de la vida. Y no quiero sonar grandilocuente, pero creo que eso es una seña de identidad mía”, asegura el creador.
Guzmán es Lucas, un tipo que pelea por salir adelante y que encuentra en los sinsabores de su día a día el apoyo de Antonia (Charo García), una anciana con la que comparte piso. Esa convivencia se ve amenazada cuando un fondo de inversión adquiere el edificio donde viven y les obliga a dejar la vivienda. En un intento desesperado por arreglar la situación, Lucas tomará una serie de decisiones desafortunadas que tendrán consecuencias sobre él y su entorno. “Nuestras circunstancias son distintas, pero yo me puedo ver reflejado en Lucas. Cuando me enfrento a un problema, a veces acabo generando siete más. Esa torpeza me parece muy humana”, confiesa el intérprete, que en La deuda toma la premisa de “cómo la tensión urbanística expulsa a la gente de sus barrios, una crisis que sólo puede arreglarse con medidas gubernamentales” para reflexionar sobre otras cuestiones como el papel que la sociedad reserva a la tercera edad o la culpa que arrastramos por los actos que cometemos.
“Siempre recurro a ancianos en mis películas”, apunta Guzmán, “quizás por la relación que tuve con mi abuela [a quien utilizó como actriz en A cambio de nada, su primer largometraje], o simplemente porque aprendo mucho de ellos, del punto de vista que les da el momento vital en el que están”, declara sobre un grupo “excluido” por una sociedad cegada ante el brillo de la juventud. “Hasta a mi personaje le cuesta encontrar trabajo”, añade el actor, “si cumples los 50 parece que ya no sirves. Si Lucas hace cosas muy discutibles, en parte es porque se le han cerrado antes muchas puertas. Él es el ejemplo de que la meritocracia, esa idea neoliberal de que si trabajas puedes conseguir tus sueños, es una ficción. Casi nunca somos lo que queremos, más bien somos lo que la vida nos deja ser”, opina.
A través de la peripecia de su personaje, Guzmán ahonda en “cómo la culpa nos condiciona y nos lastra” y “cómo, no siempre” los actos tienen consecuencias y obligan a pagar un precio. “Al principio de Match point, Woody Allen filmaba una pelota de tenis que se debate entre caer a un lado o a otro de la red. Así es la vida: haces algo, y puedes pagar o puedes librarte. Yo quería que el espectador no supiese qué va a pasarle a Lucas hasta el plano final, literalmente”. Asuntos que el director envuelve con la piel de un thriller. “Es curioso”, señala, “porque no es un género que yo consuma mucho, pero me daba la excusa para hablar de estos temas y era una forma de captar la atención del público”.
“Un amigo me dijo que mi cine se mueve siempre dentro de la vida, y eso define bien lo que hago”
En La deuda, “la película más ambiciosa que he hecho, por el presupuesto que necesita y los temas que se tratan”, Guzmán combina en su reparto –algo ya habitual en su filmografía– la solidez de actores profesionales (Itziar Ituño, Susana Abaitua, Luis Tosar) con la frescura de la debutante Charo García. “Con esa mezcla busco la credibilidad. Los actores no profesionales tienen una verdad intrínseca, están ajenos a los convencionalismos en que pueden caer los actores con experiencia, mientras que los profesionales poseen la técnica. Se produce un diálogo muy interesante en el que unos y otros se complementan”. Guzmán hizo casting a otros colegas y acabó desempeñando el papel protagonista al adelantarse el rodaje. “Lo más duro ha sido dirigir y producir. Y si encima estás dentro como actor, la ecuación se complica”, sostenía el intérprete la pasada semana en Sevilla, donde asistió a una proyección de la película en el cine Cervantes. “En estos pases me emociona la reacción de los espectadores: veo que se sienten reconocidos”. Para Guzmán, La deuda aporta luz en momentos oscuros. “Al final, retrata a gente que busca afecto y a gente que cuida a otras personas. Eso es esperanzador”.
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