Cultura

Las criaturas nocturnas

  • La gaditana Pilar Vera reúne en 'Cámara oscura' una serie de relatos que beben de diversas tradiciones fantásticas y donde lo sagrado y lo terrible se confunden

Escribe Michelet en La bruja que "sólo Europa ha tenido una clara idea del Diablo; sólo ella ha buscado, amado, adorado el mal absoluto". Por su parte, Heine, en Los dioses en el exilio, ya reclamaba la vigencia del paganismo en ciertos ritos y leyendas de los bosques germanos. No sabemos hasta qué punto los orientalistas como Eliade estarían de acuerdo con el gran historiador francés, que deja para Occidente la primacía -la primicia- de una vieja pulsión humana. Sin embargo, ambos coinciden en ampliar la realidad hacia una umbría milenaria donde lo sagrado y lo terrible se confunden. Esta parece ser la intención de Pilar Vera al reunir en estos sugestivos relatos, Cámara oscura, no sólo variados aspectos de lo fantástico, sino diversas tradiciones (céltica, eslava, pagana, hebrea, hiperbórea), donde la fantasía toma cuerpo y se despliega.

Si lo maravilloso medieval, estudiado por Le Goff, tuvo su hora más baja con las Luces dieciochescas, cuando se adujo la ignara credulidad del folklore, en el Romanticismo lo fanatástico volvería con inusitada violencia, en forma de lo sublime terrorífico de Immanuel Kant. Hay, sin embargo, una diferencia entre la maravilla medieval y lo maravilloso romántico. A partir del XIX lo extraordinario, lo fantasmal, lo insólito, vendrá siempre asociado a lo terrible, y en última instancia, a la muerte. No habrá lugar ya para los hechos y milagros de La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, y tampoco para el candor, para el asombro de Chaucer y los Lais de María de Francia. Con esta moderna premisa, Pilar Vera frecuenta mitos y leyendas del vasto acervo indoeuropeo (el vampiro, la sirena, la aparecida, el bosque y sus criaturas, el hechizo de las brujas, los habitantes del Averno), para dar una versión diferente de estos viejos relatos, bien llevándolos a la época actual, bien humanizándolos en demasía, bien degradándolos a seres marginales que no tienen cabida en un mundo precipitado y extraño. El resultado es, a veces, la conversión de lo extraordinario, de algún ente demoníaco, en bestia acorralada y anodina. En otras ocasiones, será la luz minúscula de un hada quien perezca, puesta en conserva, al fondo de una alacena. En este sentido, más que de relatos sobre lo insólito, Cámara oscura muestra la dificultad y el descrédito de lo fantástico, allí donde lo racional circunda lo inefable. El íncubo transformado en esclavo sexual de una torva bibliotecaria, o la pérfida sirena que equivoca el rumbo de los barcos desde un faro, no son sino la muestra de este difícil acomodo de la cotidianidad en el ámbito, siempre ajeno al tiempo, a la humana cronología, de lo fantástico.

Probablemente, es en las leyendas urbanas, donde hoy se ha refugiado ese invariante de la especie, que vive del temor, la ensoñación y la esperanza. La dama de blanco que aguarda al filo de una curva es una imagen que Ginzburg, en su Historia nocturna, data por milenios. De igual modo, el hechizo de los espejos es parejo al miedo cerval que los antiguos sintieron por lo idéntico, por los gemelos, Géminis, Pólux y Castor, cuyo sacrificio ritual viene recogido en La rama dorada de Frazer. Todas esas leyendas, digo, pasadas por el tamiz de la actualidad, de la extrañeza, de una suerte de piedad por estos seres en difícil equilibrio, es lo que uno encuentra en la Cámara oscura de Pilar Vera. Cámara cuya oscuridad viene ya velada, deformada, expuesta, por el hecho mismo de ser sometida a un artefacto moderno. Larra, al hablar de Dumas, señalaba la necesidad de iluminar la realidad con una tea, aun a riesgo de incendiarla. Sobre esta paradoja del Romanticismo, expuesta ya por Diderot (conocer la naturaleza de la oscuridad mediante la luz), versan la mayoría de los cuentos aquí reunidos. En ellos convive una realidad alucinada con la antiquísima brasa, quizá irreconocible, del misterio. En Bloedsian, su último relato, es un vampiro quien sobrevive como médico y sangrador en la campiña inglesa. Sin embargo, Drácula, el cruento voivoda de Valaquia, marchó a Londres, no a mendigar la sangre enferma, sino a extender violentamente un imperio de sombras. Así, en apenas cien años, el altivo señor de la frontera ha devenido, por la fértil imaginación de Pilar Vera, en fugitivo trémulo y exánime, errante por el siglo de la electricidad y las máquinas.

Pilar Vera. Editorial Paréntesis. Sevilla, 2010. 210 páginas. 13 euros.

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