donde habita el arte

El cofre del tesoro inmaterial

  • Peña Flamenca de Huelva. La gran institución del patrimonio universal en la ciudad vela por su preservación y promoción tras más de 45 años ligados a nombres fundamentales

Pocos lugares tienen un cometido tan elevado como la preservación de un legado patrimonial de valor incalculable, de un bien reconocido por su aportación a toda la humanidad. El cuidado de ese tesoro inmaterial que es el flamenco, admirado en todo el mundo, y surgido aquí, en Andalucía, en Huelva también, tierra de ese palo fundamental que es el fandango. Hace 45 años que se creó la Peña Flamenca de Huelva, que es aquí el cofre del tesoro que guarda, cuida y divulga en la provincia. Es la casa madre, a la que sucedieron, años después, colectivos que tanto han hecho por mantener viva la llama del arte andaluz por excelencia en la proximidad. Porque no se entendería esta tierra sin el flamenco, y seguramente en el resto del mundo costaría mucho más entender la pasión con que en ella se vive sin ese medio de expresión tan racial que emociona hasta en las culturas más remotas.

Fueron quince los fundadores, aquellos que dieron el paso de crear esa hermandad de aficionados con elevado cometido en la capital onubense. Luego vinieron más, y antes, alguna en otros puntos de la región. Pero la de Huelva tiene un regusto a autenticidad del que pocas pueden presumir. Cruzar ese umbral junto a la avenida de entrada a la ciudad es acceder a otra dimensión habitada por tiempos pretéritos de esplendor. Reconocen en ella que los actuales no son fáciles, y que la vista atrás ayuda a entender el futuro al que debe abrirse al levantar la vista.

Mairena o Toronjo aparecen ligados a la historia de un foro con regusto de otro tiempo

Recorrer las estancias de ese edificio onubense, inaugurado como preludio de los fastos locales del 92, es repasar una lista interminable de nombres propios que han ido construyendo el lugar de recuerdos imborrables. Son protagonistas cercanos, íntimos, empezando por aquel grupo de quince del que pocos quedan entre los vivos en carne y hueso. Porque allí, todo el que pasa deja su estela y es revivido como parte de esas veladas gloriosas que también dejaron los ajenos, incorporados ya por siempre a esa labor de la peña madre onubense de hacer más grande un arte que no puede contenerse entre paredes y cerrarse tras de puertas.

Cuentan que el libro de firmas de la institución es una joya por sí sola, engrandecida por el testimonio escrito de cuantos contribuyeron a esa historia del lugar desde el ya lejano 72. Hay en él premios Nobel como José Saramago, estrellas de Hollywood como Ava Gardner y presidentes del Gobierno como Felipe González. Muchos más, realmente. Porque tras la anécdota de los espectadores invitados está la presencia de las figuras de verdad, de esas que al cante, al toque o al baile dejaron su impronta para construir ese legado cuya preservación mantiene encomendada hoy día, en el siglo XXI ya adentrado. Al frente de todos ellos, un don del arte flamenco, Mairena, don Antonio, que gustaba de frecuentar el lugar primero, que fue el local alquilado de Adoratrices, ya en los últimos años del cantaor. Y ese sin igual que fue Paco Toronjo, alosnero, fandanguero, genio local universal que tuvo por última morada, despedida de su público, en cuerpo presente, ese salón principal de la peña en la Avenida de Andalucía.

Ese escenario, presidido por el inconfundible mural de Aramburu, da alimento a sus socios y visitantes cada noche de viernes, que es cita ineludible con música y sentimiento. Es también punto de encuentro, espacio de convivencia y foro de aficionados que gustan de reunirse, además, a la llamada de una buena charla, un nuevo disco o un nuevo libro con los que contribuir a esa labor de promoción y difusión. Porque para la preservación quedan los testimonios discográficos, producidos para legado al futuro, como bien se encargan, sobre todo, las aulas de las academias de cante, baile y guitarra, por las que han pasado maestros como Matilde Coral y Rafael El Negro para dejar un sello que nadie olvida y que recogen en estos momentos quienes ahora llegan.

Hay en ese niños, en esos jóvenes de Huelva, una esperanza puesta para que el arte viva con intensidad, renovado en bríos a los que siempre esta peña alentará. Deben venir tiempos mejores en la labor sorda de las instituciones de aficionados, quizá impulsados por la nueva apuesta municipal por la fiesta del flamenco en octubre, o por la de entidades privadas que tratan también de ser responsables socialmente con el cuidado de las raíces que dan identidad a este pueblo nuestro, en el deber de conservarlas que todos tenemos. No es casual que el flamenco sea Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en honores de la Unesco, y la Peña Flamenca de Huelva tiene el cometido de conservarlo.

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